Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

Puedes adquirir la novela en las más importantes librerías on-line, o pedir que te la traiga la librería de tu barrio. También puedes comprarla en editorial Maluma, que te la hará llegar sin gastos de envío.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

lunes, 27 de diciembre de 2010

¿Cuánto costaba equipar a un caballero medieval?

Tras calcular cual podía ser el precio de un caballo de batalla en la edad media, surge de manera natural la curiosidad por conocer el valor de una armadura y, por extensión, cuánto podían costar las armas y armadura de un caballero medieval.

Esto resulta algo complicado de responder, máxime cuando en la edad media era habitual el trueque y las monedas cambiaban de valor de un día para otro o en función de la población en la que nos encontráramos. De todas maneras, buscaremos el máximo de datos contrastados para intentar hacernos una idea, siquiera aproximada, de cuanto costaba en el medioevo equipar para el combate en la caballería pesada a un caballero medieval.

Utilizando para ello diferentes documentos de la época: inventarios militares, valoraciones de herencias y cesiones, a más de las crónicas, podemos llegar a calcular de una manera aproximada lo que le suponía a un caballero el equiparse para la guerra. Concretamente entre mediados del siglo XIII y principios del XV (sí, ya sé que los precios variarían en 150 años, pero para hacernos una idea creo que este cálculo puede servirnos de orientación).

En aquellos años aún se utilizaban cotas de malla, aunque ya reforzadas por las piezas metálicas que darían a finales del XV paso a la armadura blanca, la de los caballeros de las películas.

Sabemos, por Lope de Salazar, que un buen caballo de batalla podía llegar a costar 1000 reales de plata, pero tenemos que aceptar que no sería este el precio de uno normalito. Si don Lope se molestó en reflejar ese precio, debemos suponer que se debía tratar de algo extraordinario. Según diversos inventarios de las cruzadas, los caballos de batalla, en los primeros años del siglo XIII, podrían costar desde los 200 a los 800 reales, y ya hemos visto que se podían llegar a pagar por un buen ejemplar hasta 1000 reales.

Los precios de las espadas variaban tanto como los de los caballos, girando entre los 20 reales de una espada tasada en la herencia de un hidalgo mallorquín, a los 300 que pagaron por una de sus armas al espadero Juan de Bedia en Vizcaya.

Lo mismo ocurría con los precios de una cota de mallas que, según su construcción, y dependiendo del número de anillas (que podían variar desde las 20.000 a las 200.000 argollitas, según el artífice), podían costar entre 600 y 1300 reales

Sigamos sumando:

Por un pespunte (la camisa acolchada que se llevaba sobre la cota de mallas): 7’5 reales. Supongo que sería el pespunte de un hidalgo campesino y que el de un señor importante valdría mucho más, pero nos vale igual.

Una lanza, entre 3 y 15 reales

El escudo de silla: podía llegar a valer 20 reales

Un yelmo completo: 24 reales

Manoplas: 7 reales

Sobrecalzas y escarpes: 41 reales

Una maza: de 5 a 23 reales

Bueno, con esto tenemos ya, más o menos, equipado a nuestro caballero.

Hagamos un cálculo rápido, para encontrarnos que comprar todo lo necesario para ir de una manera decente y digna a la batalla nos podría costar entre los 1.000 reales, si vamos buscando ofertas, y los 2.700 reales de plata si queríamos demostrar poderío y nivel.

Sirviéndonos de la equivalencia del sueldo del mismo peón de los post anteriores, y pasados estos importes a nuestra moneda actual, nos encontraríamos que un caballero habría de gastarse entre los 700.000 y los dos millones de euros. Vamos, lo que cuesta un yate arregladito

martes, 14 de diciembre de 2010

Como calcular los precios en la edad media

Para tratar de encontrar una equivalencia entre los precios en la edad media a lo que podría ser su costo en la actualidad, existe quien prefiere buscar primero el peso en metal de las monedas necesarias para pagar su importe (bien plata o su equivalente en monedas de oro) y calcular entonces el precio actual de esa misma cantidad del metal precioso.

Yo no estoy de acuerdo en esa forma de calcularlo por dos razones básicas:

La primera: que el valor primario del oro, su aprecio en la sociedad, ha variado mucho desde aquellos años a los nuestros. Durante la edad media era el oro el único medio de valor estable, tanto a nivel local como internacional, por lo que estaba mucho más preciado que ahora. Por el contrario, hoy existen otros muchos artículos encargados de cumplir con esa misión de valor estable y universal, por lo tanto, esa función primordial del oro ha perdido su razón de ser y así ha disminuido sustancialmente su valor intrínseco. La segunda razón es que, hoy en día, la práctica totalidad de los habitantes de este reino pueden disponer, cuando menos, de unos pocos gramos de oro. En un anillo, una medalla o una simple cadena. En cambio, durante la edad media, un campesino, un peón o un siervo, solo podían aspirar a ver el oro en las ropas de su señor. Ni en sus mejores sueños soñarían con hacerse con una monedita de oro.

Por eso he elegido un valor que, con solo ciertas variaciones, podríamos considerar estable: el trabajo de un hombre. Cuantos años de su salario le costaría a un obrero el pagarse ese capricho. Creo que es el mejor indicativo del coste de un bien: las horas de trabajo que un ser humano ha de invertir para poder generar el dinero suficiente para adquirirlo.

Por lo tanto, y con el mismo criterio utilizado para calcular el precio de un buen caballo de batalla, en el próximo artículo intentaremos calcular cuanto costaba una armadura medieval.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Sobre caballos, caballeros, y demás bestias -y III

Para terminar esta serie de entradas, que se iniciaron hace ya tiempo con los artículos sobre la caballería medieval, trataré de explicar las diferencias entre un bridón y un caballo jinete.

En Europa, desde que apareció el estribo y la caballería pesada, la táctica empleada en el combate consistía en un impacto frontal contra el enemigo con el que se pretendía hundir sus filas y desbaratar el ejército contrario. Para conseguir que las masas combinadas del caballero y del caballo, golpearan al enemigo de manera solidaria, se montaba “a la guisa” o “a la brida”. Es decir, sobre una silla reforzada, con protecciones delanteras (para ingles y muslos), amplio respaldo (para fijar el cuerpo) y estribos largos que permitían al caballero, cubierto de acero al igual que su montura, mantenerse sobre la silla en el momento del choque. De esta guisa, se conseguía la brutal fuerza de impacto necesaria para romper el frente enemigo. Al caballo nacido y criado para ser montado a la brida se le llamaba bridón.

Frente a estos mastodontes, los ejércitos musulmanes opusieron una táctica destinada a contrarrestar la ventaja que la fuerza bruta prestaba a los cristianos: el “ataque y retirada”. Equipados con medias armaduras y cotas livianas, la caballería árabe acometía con flechas y armas ligeras al ejército contrario, pero antes de llegar al cuerpo a cuerpo se retiraba del frente. Tras repetir estas cargas varias veces, las líneas cristianas perdían en el vacío su ventaja, se agotaban o se rompían, de manera que podían ser rodeados, atacados por los flancos y exterminados. Para el tipo de lucha de los musulmanes se necesitaban caballos potentes, pero más ligeros que los bridones, equipados con sillas sin defensas delanteras y con los estribos cortos para poder manejar al caballo con las rodillas y tener las manos libres, necesarias para empuñar el arco o girarse sobre la montura para tomar las azagayas que portaba en el arzón. En la península ibérica, ganaron justa fama de expertos en ese tipo de combate los miembros de ciertas tribus berberiscas, los zenetes (los castellanos lo pronunciaban jenetes). Quienes sufrían sus feroces acometidas no tardaron en comprender lo eficaz que podía ser ese tipo de monta a la que llamaron “a la zeneta” o jineta, y a quienes la practicaban y a sus caballos, jinetes, por deformación de la palabra zenetes.

Con los años, la historia militar, la economía y las armas de fuego, dieron la supremacía a este tipo de monta.

Por concesión a nuestra mentalidad actual, y a modo de divertimento, busquemos comparaciones entre aquellos medios de locomoción y los actuales:

El bridón sería un brutal Hummer del ejército norteamericano, un vehículo que supedita la estética a la potencia y funcionalidad, diseñado para la guerra y que solo lo llevan por la calle snobs a los que les sobra el dinero.

A la mula la podíamos comparar con un Mercedes de gama alta, cómodo y señorial.

El palafrén en la edad media sería lo más parecido un descapotable deportivo, quizás un Ferrari, todo lujo y ostentación.

Y para acabar, al caballo jinete lo podríamos comparar con una berlina media, tipo al Audi A4, un automóvil mucho menos potente que el Hummer, no tan cómodo como el Mercedes, ni tan aparente como un Ferrari, pero mucho más accesible que los anteriores. Lo suficientemente cómodo como para viajar en él, lo bastante potente para cumplir de manera digna con su misión y que tiene lo justo de ostentoso como para demostrar a quien nos vea montados en él que no somos unos menesterosos.

Y terminamos de aquesta guisa estas pobres explicaciones sobre lo que fue la caballería medieval.

martes, 23 de noviembre de 2010

Sobre caballos, caballeros, y demás bestias -II

Desde la entrada anterior, sabemos que el caballo era un animal muy bien valorado en la edad media, pero la cinematográfica escena de un caballero medieval atravesando verdes campos sobre un espectacular corcel quizás haga que nos perdamos en su imagen, sin llegar a comprender lo que realmente significaban los animales de monta en aquellos años previos al nacimiento del señor Ford.
De entrada, el caballo no era el único animal que cabalgaban damas y señores. De hecho, para los pudientes existían dos animales de monta: el palafrén, un caballo manso y tranquilo que se dedicaba únicamente a la monta y que utilizaban damas, nobles y reyes para hacer exhibición de su riqueza, y la mula, que -aunque nos resulte extraño hoy- era el animal preferido por los ricos y poderosos para viajar (podemos encontrar numerosos ejemplos en los cantos del mío Cid o en las bienandanzas de Lope García de Salazar). De hecho, las mulas eran más valoradas que los caballos para viajes largos y la empleaban tanto damas como nobles y reyes. También una buena mula de monta podía vestir arreos tan preciosos como los del mejor caballo y costar casi tanto como él.
Frente a ellos, tenemos el animal por antonomasia: el caballo de batalla o bridón. Un bruto enorme, poderoso, entrenado para la guerra y nacido para cargar contra el enemigo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría salir de paseo con su bridón, salvo que quisiera impresionar con su poderío a sus espectadores; de hecho, la entrada en una población sobre un caballo de batalla era, en la práctica, un desfile militar. Para este uso de guerra, en Europa solo eran admitidos en esta categoría los machos enteros (sin castrar), briosos garañones de nervio vivo y tan mal carácter como sus dueños. Estos eran, con mucho, los más valiosos. De hecho, resultaban tan caros que, en estas tierras patrias de hidalgos campesinos, muchos no dudaban en utilizar para este fin a las yeguas de similares características. Estas demostraron en más de una ocasión que, en esto de la guerra, si el ánimo está firme el género no importa, pero no evitó que a sus jinetes les miraran con desprecio el resto de nobles europeos.
A estas tres animales, mula, palafrén y bridón, pronto se les añadió en la península un cuarto: el caballo jinete. Un caballo no tan elegante y manso como el palafrén, de menor envergadura y fuerza que el bridón y menos cómodo que la mula, pero más económico y tremendamente eficaz.
Este tipo de caballo no tardó en extenderse por entre quienes no disponían de la fortuna que suponía adquirir y equipar a un bridón y su caballero. Incluso para quienes podían permitirse este dispendio, resultaba mucho más rentable, en el ámbito militar, equipar a parte de sus acompañantes a la jineta, con armadura ligera y sin protección para el caballo. Al ser una forma “bastarda” de caballería, con el pragmatismo que aportan las leyes del mercado y ante la necesidad de emplear para ello un caballo más tranquilo que obedeciera ciegamente a su jinete, no era extraordinario –sino más bien práctica común- el que para este nuevo tipo de combate se emplearan tanto yeguas como castrados, de menor envergadura y presencia, que no valían ni para palafrenes ni como bridones pero que cumplían a la perfección su cometido en la batalla.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sobre caballos, caballeros y demás bestias- I

Recupero el ánimo de escritura al hilo de unos comentarios entre amigos sobre cuanto podía valer un caballo en la edad media.
Suponíamos que sería mucho, pero no llegábamos a hacernos una idea clara de cuan alto era este precio. Veamos de descifrar este pequeño enigma.

¿Cuánto costaba un caballo de batalla en la edad media?

Acudamos a las fuentes de la época.
En sus bienandanzas, Don Lope García de Salazar nos cuenta lo siguiente:
"un su cavallo blanco, que llamavan Palomo, que era mucho aventajoso... e díxoles un judío, cudiçiándolo mucho, qu'él daría I mil reales de plata al que gelo diese"

Para poder hacernos idea del valor de un caballo como Palomo en el siglo XIV -y poder entenderlo en el siglo XXI-, estamos obligados a tomar como referencia una unidad que se mantenga en el tiempo. Quizás una medida adecuada a nuestros fines pueda ser el salario mensual o anual de un trabajador.

Sabemos que podían pagar por un buen caballo 1000 reales de plata. Bien, tomemos ahora como referencia los salarios pagados a los empleados en la reconstrucción del palacio de la Aljafería en Zaragoza. En 1301, los peones que trabajaban en las obras de palacio cobraban un jornal de 4,5 dineros. Esto supone (admitiendo todos los reparos por cambiar en aquella época de una moneda a otra) un salario anual de unos 22 reales de plata.
Haciendo una división sencilla, nos encontramos con que un peón de la construcción de aquella época tardaría (sin comer ni hacer ningún gasto, claro está) algo más de 45 años en reunir el caudal necesario para poder comprarse un buen caballo de batalla.

En España, en el 2009, el salario mensual medio de un peón de la construcción podría rondar los 1300 € según convenio (eso antes de la crisis, ahora, se puede dar por contento si cobra). Esto supone que en el mismo plazo de tiempo (y en las mismas condiciones que el peón zaragozano) habría reunido el precio de su caballo: lo que hoy serían, más o menos, unos 709.000 €
¡más de setecientos mil euros!

Podríamos argumentar que ciertas cosas no son extrapolables en el tiempo, que el trabajador está hoy mejor valorado y pagado que un peón en la edad media, y quizás sea cierto. Pero este tipo de cálculos nos permiten intuir, aunque solo sea en parte, las diferencias abismales que existían en la edad media entre señores y vasallos. Comprender el inmenso valor de un buen bridón en la edad media y el entender el porqué de tantas referencias históricas a los caballos de los héroes.

martes, 26 de octubre de 2010

El segundón en tierras vascas

Juan García, el protagonista de Tierra amarga, es un segundón del apellido Basondo. En estas tierras -y en otras muchas- durante la edad media existía lo que se ha dado en llamar mayorazgo, un sistema hereditario que impedía el desmembramiento de la herencia y la desaparición del patrimonio familiar: Todas las tierras, posesiones y bienes del apellido, pasaban de manera íntegra al primogénito, solo en contadas excepciones alguno de los otros hijos recibía algo del patrimonio familiar. Al resto, los segundones, solo les quedaban dos opciones: o permanecían en la casa al servicio de su hermano mayor, o pasaban a engrosar las filas del ejército o el clero.
Aunque para los que decidían dejar la casa de sus mayores siempre quedaba una puerta abierta. No era exacto el que todo se quedara en manos del hermano mayor. El resto heredaban tres posesiones un tanto particulares: se les dejaba en posesión de una teja de la casa, un palmo de tierra en la mejor finca de la familia y un dinero.
De esta forma particular se le garantizaba de por vida la entrada a la casa de los mayores, nadie podía negarles el derecho a cobijarse bajo su teja; siempre tendrían acceso a las tierras de la familia, puesto que podrían visitar su palmo de terreno cuando les viniera en gana; y siempre tendrían caudal, al menos un dinero, para poder comprar un chusco de pan.

Escasas propiedades con las que se encontró al volver a casa Juan García de Basondo, y que en poco ayudaron a mejorar la imagen que tenía de su familia. Pero hemos de reconocer que era mucho más de lo que disponía la mayoría de la gente que habitaba entonces en esta amada tierra amarga.

martes, 21 de septiembre de 2010

Nuevas entradas

La verdad es que desde que se ha publicado la novela no soy capaz de escribir nada decente para el blog.
Espero que quien lo lea (si en realidad hubiera a quien le interesaran mis chaladuras y se molestara en seguir este blog), sepa disculparme, pero con los nervios de las presentaciones, entrevistas y demás, estoy totalmente bloqueado. Tan pronto me tranquilice un poco, trataré de continuar con mis sueltos sobre la época de las luchas de banderías en tierras norteñas.
Hasta entonces solicito a mis hipotéticos lectores un poco de paciencia y comprensión .

Tierra Amarga en Donostia

Me avisan que el próximo día 14 de octubre, a las 19 horas, presentaremos Tierra amarga en San Sebastián, también en la tienda que la Fnac tiene en esta ciudad.
Espero que mis amigos de por allí se acerquen para poder darles un abrazo.

martes, 24 de agosto de 2010

Una novela negra ambientada en los ultimos años de la edad media

Transcribo la sinopsis del editor:
El joven Juan García regresa a las tierras vizcaínas de su familia, los Basondo, llamado por su abuelo Martín para que esclarezca los terribles crímenes que se están cometiendo en la comarca. Allí, sin comprender el porqué, sufre el inesperado rechazo del resto de su familia. Además, encuentra grandes dificultades a la hora de amoldarse a la que una vez fue su tierra y que abandonó en su niñez; una tierra dura, oscura y peligrosa. La única ayuda que recibe, llega de la mano de Esteban Otxoa, «el lobo», veterano jefe de armas de la casa de los Basondo, curtido en mil batallas, que se convierte en su guía y protector. Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XV, un tiempo en el que la villa de Bilbao —que se contrapone al arcaico mundo rural predominante— crece con pujanza, toma fuerza y no duda en defender con violencia sus intereses frente a sus distintos competidores. A medida que el lector se sumerge en la narración, va descubriendo un mundo cruento, en el que las diferentes familias vizcaínas están enfrentadas desde tiempos inmemoriales, fruto de odios ancestrales e intereses económicos, y en el que solventan sus diferencias por medio de la espada; traiciones, celadas y venganzas se suceden de forma trepidante y te atrapan desde la primera línea.

Una novela de banderizos

Tierra amarga ya esta disponible en la web de ediciones Pàmies (la puedes ver pinchando aquí), donde se puede leer el primer capítulo on-line (Bueno, en realidad, el capítulo que aparece en la web es el segundo, no el primero. Mejor así, el lector se sorprenderá cuando por fin se encuentre con el libro entre las manos).
La presentación, si no ocurre ningún imprevisto, se hará el próximo día 28 de septiembre, a las 7 de la tarde, en la Fnac de Bilbao, en Alameda de Urquijo, 4, frente al corte inglés.
Espero veros por allí.

martes, 10 de agosto de 2010

Tierra Amarga, "la novela"

Por fin.
Parecía que nunca llegaría el momento, que a cada día que pasaba se añadían dos más de espera. Pero no ha sido así. Al fin llegó el momento.
¡Ya tenemos fecha definitiva para la novela!
Tierra Amarga, una novela negra ambientada en los días convulsos de 1468, saldrá a la venta el 13 de Septiembre.
Un mes de espera para poder verla en las estanterías... No se si podré soportarlo.

martes, 20 de julio de 2010

La familia banderiza I. El valor del individuo en la edad media

Nuestra sociedad actual –influenciada, o modelada a golpe de dólar, por el modelo americano- sacraliza lo privado por encima de lo general. Nos repite hasta la saciedad que es la persona lo más importante, que somos nosotros mismos nuestra primera prioridad y establece una concepción individualista de la vida donde el propio yo es el centro del universo. En esta cultura moderna occidental, el concepto de familia se diluye para adquirir como valor exclusivo el engendrar individuos que no estarán obligados a establecer ningún otro vínculo estable. El ser humano, como personaje único e irrepetible, es lo más importante de la sociedad, son sus mayores valores sus hechos y sus derechos lo único trascendental.
Por el contrario, al estudiar la vida y sucesos de nuestros banderizos, por sobre la violencia y los continuos enfrentamientos, resalta y llama poderosamente la atención su concepto de la familia,. Una institución donde, a primera vista, pudiera parecer que el individuo no tenía especial valor, supeditado como estaba al apellido.
Aquellas gentes tenían un concepto extremadamente arraigado y firme del clan familiar. Era el mundo en el que nacían y que les servía de protección, escuela y cuartel. Para ellos, la familia era un valor absoluto que regía la vida y acciones de todo hombre de bien. Para un hidalgo que por tal se tuviera, habían de ser tanto o más importantes el honor y la razón de su linaje que los suyos propios.
La familia no era algo circunstancial, ceñido a los progenitores y sus hijos, tenía una concepción infinitamente más profunda. Venía desde un remoto pasado para prolongarse más allá del tiempo y el espacio, destinada a perpetuarse en un futuro ignoto donde había de perdurar el apellido.
A tal extremo era vital la familia extensa entre aquellas gentes, el apellido, que las palabras “apellido” y “ayuda” o “auxilio” eran sinónimos en el siglo XV. Existen numerosos ejemplos de ello en las Bienandanzas, como cuando a los de Muñatones “llegó el apellido de Somorrostro, y podieron recogerse a sus logares”, o cuando Juan García y Lope Furtado “en su desesperación, echaron el apellido a Lope Garçía de Salazar que los socorriese, aunqu'él no estava contento de los dichos Lope Furtado e Juan” a lo que no pudo negarse Lope de Salazar pese a su disgusto.
Encontramos allí múltiples expresiones relacionadas: “llegaron los hombres al apellido”, “recibió apellido”, “corrió dando apellidos”... Todas estas frases hechas, utilizadas de manera habitual, nos sirven como ejemplos sintomáticos de que esta organización, el apellido, la familia, era elemento indispensable para su supervivencia y el fundamento, no solo de su fuerza, sino también de su propia sociedad y razón de cada uno de sus miembros. Principio de su casa y su familia, origen y razón de ser de la misma existencia de cada una de las personas que la formaban.
En estas circunstancias, podría parecer que en la sociedad vasca de finales de la edad media,el individuo había de perder su propia identidad disuelta en el apellido y que la persona no tendría la importancia y valor de los que actualmente disfruta. Craso error.
La imagen más apropiada para la familia vasca durante la edad media es la de una cadena atemporal que se extiende a través de la historia sin perder su esencia. A través de sus infinitos eslabones –todos cuantos formaron parte de la familia con anterioridad- perpetúa su existencia y multiplica así el valor de cada uno de sus individuos, hayan o no tenido estos descendencia directa. Cosa imposible de conseguir desde la perspectiva individualista actual.
El ser humano disfruta de un valor trascendental como parte de una cadena eterna, donde todos y cada uno de sus eslabones tiene la misma importancia, independientemente de sus hechos: el inmenso valor de constituirla y prolongarla. Se trata de una cadena que depende totalmente de cada uno de sus elementos, pues si uno solo de ellos falla –aún el más anodino-, se rompe y desaparece, pero que con el aporte unitario de todos sus miembros es capaz de superar al tiempo y a la muerte.
Desde esta perspectiva se me ocurre una pregunta: ¿qué ser humano estaba mejor valorado, el hidalgo medieval o el hombre del siglo XXI?

Bueno... quizás ya no tenga sentido el tratar de responderla

martes, 15 de junio de 2010

Sobre la guerra por mar en la Vizcaya de los banderizos

Para poder hablar con propiedad sobre las acciones militares navales en la edad media, debemos primero entender que la navegación marítima en aquel período (siglos XII al XV) se encontraba limitada y condicionada por las características propias de las costas y desembarcaderos, las mareas, las corrientes y la climatología de la zona. Así, podremos deducir el comportamiento en ese escenario de unos navíos que habían de gobernarse únicamente mediante el uso de remos o de un velamen escaso e insuficiente.

Estas limitaciones geofísicas y tecnológicas se transponen a las técnicas militares. Básicamente, la estrategia militar medieval en la mar, se correspondía con la empleada en las batallas terrestres: acercarse todo lo posible al enemigo mientras se le lanzaban todo tipo de proyectiles y, una vez alcanzado, asaltarle con las armas de mano (picas, medias picas, chuzos, hachas y puñales). Así, en los enfrentamientos navales, se buscaba el amurar ambas naves (ponerlas lado contra lado) y luego abordar el navío enemigo para concluir la lucha en un combate cuerpo a cuerpo. En una navegación básicamente de cabotaje (navegar costeando, sin perder de vista la costa), la geografía de la costa cantábrica y sus fuertes mareas hacían imposible el entablar estos combates cerca de la costa, so pena de perder las más de las veces hombres y embarcaciones destrozados contra las rocas.


Tomemos como ejemplo el enfrentamiento que hubo lugar en aguas castreñas, cuando Juan González de la Marca armó una galeota en aquella localidad con la intención de llevarla a Santander. Sus enemigos, los Amorós, al enterarse de sus intenciones, armaron a su vez una barca y salieron una noche de luna desde Islares para impedirlo. No tardaron en alcanzar el navío de la Marca y comenzó la pelea. Podemos hacernos una idea de cómo transcurría el enfrentamiento y el control de las naves por sus tripulaciones, al saber que ambas naves terminaron por quedar bajo el castillo de Castro. Allí, Juan González ordenó a dos mozos de su tripulación que botaran el esquife de la galeota, para embarcar luego los tres en él con intención de ir a tierra. Se realizó la botadura sin avisar a los suyos (dice García de Salazar que no se sabe cuales eran sus intenciones, si la huida, el tramar algún ardid, o simplemente alcanzar el destino al que le arrastraban sus pecados). El caso es que Juan de la Marca, equipado con armadura completa sobre un inestable bote, hizo zozobrar el pequeño esquife y se ahogaron él y sus servidores. Mientras esto ocurría, los de la galeota, luchando “como hombres”, volvieron a su barrio en la villa marinera y desembarcaron sanos y salvos, sólo entonces se dieron cuenta de que faltaba su patrón. Al buscarlo por los alrededores, encontraron en la ribera el esquife y los cadáveres de los dos mozos y pudieron adivinar lo que había ocurrido.


Para entender este tipo de comportamiento y sus resultados, hemos de tener en cuenta que nuestros banderizos no tenían navíos de guerra. En aquellos años, la inmensa mayoría de las naves eran de uso mixto. Se utilizaban habitualmente para el comercio o la pesca y sólo cuando las circunstancias lo requerían las armaban y embarcaban soldados y armas para convertirlas en navíos de guerra. Tampoco los marinos estaban habituados a luchar, y en caso de enfrentamiento naval eran los hombres de armas los encargados de llevar el peso de la lucha. Y no olvidemos que sus gentes eran hombres acostumbrados a combatir a pie firme, protegidos por sus pesadas armillas o armaduras.


En las empresas militares entre bandos, era más habitual la utilización de los barcos para transportar de manera rápida y sorpresiva a las tropas de tierra que como cuerpo de ejército propiamente dicho. De esta manera, salvaban los obstáculos que sus enemigos pudieran poner en los caminos, y se podían ejecutar verdaderas acciones de comando. Tenemos en las bienandanzas abundantes ejemplos de este uso:

El preboste de Deva, desembarcó una madrugada en Baquio con cuatro pinazas para asaltar la casa de Iñigo de Rentería, ejecutarle a él y a diez hombres del linaje de Butrón y, tras el asalto, embarcar de nuevo y volver salvos de vuelta a Deva.

Lo mismo hicieron en otra ocasión los de Salazar: los Amorós les habían desafiado en Castro, seguros de sus fuerzas y confiados por que el señor de Salazar y sus hijos se hallaban en Losa. No contaban con que en lugar de marchar directamente contra la villa, los de Salzar embarcaran sus tropas en tres bateles en Somorrostro y al día siguiente, domingo por la mañana, desembarcaran en el barrio de los de Amorós para acosarles hasta su misma torre.


Por otro lado, dado el gran desembolso que suponía su construcción y la importancia económica del comercio y la pesca, todas las naves eran objetivo táctico militar. Por eso se atacaban las embarcaciones del contrario y se buscaba el dificultar al máximo su empleo por parte de la competencia. No es extraño encontrar relatos de incendios nocturnos en el puerto de Portugalete, de buques a los que se cortan las amarraras al amparo de la noche en el puerto Bilbao para que embarranquen, o de barcas de pesca de un apellido rival inutilizadas a golpes de hacha en el resguardo de Ciervana. No olvidemos que los hidalgos vizcaínos eran caballeros y empresarios que resolvían sus disputas comerciales a punta de acero. Hasta tal extremo se llegó, que en la villa de Bilbao se hubo de hacer constar en sus ordenanzas que sería penado con el destierro quien lanzara flechas o dardos desde las casas y muelles contra las naves que surcaban la ría.


Todo lo anteriormente escrito es aplicable a las peleas entre apellidos, circunscritas a la peculiaridad de las luchas banderizas, enfrentamientos vecinales engendrados por intereses locales.

No debemos extrapolar estas acciones a la alta política en la que también tomaron parte nuestros hidalgos, pero tampoco podemos olvidar que estos mismos caballeros tenían a su cargo buques mercantes pesados que surcaban todos los mares conocidos:

Cuenta don Lope que, en el año de 1424, los genoveses asaltaron en costas de Portugal a Martín Sánchez de Arbolancha, hidalgo de Bilbao, que andaba de armada con una nao y un ballenero. Tras tomar sus naves, encadenados todos los prisioneros, los genoveses arrojaron al mar al de Arbolancha y toda su gente: más de trescientos hombres se hundieron en el mar.

Estos datos nos demuestran que, si la empresa lo requería, los caballeros vizcaínos eran perfectamente capaces de acciones militares de envergadura en mar abierto o en costas lejanas. Pero incluso estas habían de someterse al honor del linaje. Ocho años más tarde, Martín de Arbolancha, hijo del nombrado Martín Sánchez, se encontró en Sevilla con Luquitio, el capitán de la flota genovesa que asesinó a su padre. El bilbaíno vengó a puñaladas la felonía del genovés en las mismas escaleras de Santa María de Sevilla.

martes, 8 de junio de 2010

La artillería medieval en Vizcaya

Fueron los árabes quienes por primera vez emplearon la artillería en una acción bélica en Europa (dicen que en el asalto a Orihuela, allá por 1331).
Al inicio, eran armas muy toscas que, por la debilidad de sus ánimas (el cañón propiamente dicho), no podían disparar proyectiles excesivamente pesados, de manera que se utilizaban más por el efecto desmoralizador de sus estampidos que por el daño real que podían causar sobre el enemigo, pero no tardó en ser empleada para barrer con metralla a los defensores de las fortificaciones sitiadas. Con los años, fue perfeccionándose su diseño hasta conseguir mejores armas, capaces de lanzar pesadas bolas de piedra con la fuerza suficiente como para dañar murallas y torres. Es en este momento cuando podemos decir que nació la artillería propiamente dicha.

Durante toda la edad media, la artillería estuvo compuesta casi exclusivamente por las bombardas, a las que también llamaron lombardas. Aquellos cañones primitivos estaban formados en sus inicios por un caño formado por varias tiras de hierro trabajadas como las duelas de un barril, pero no curvas, sino rectas. Las piezas se sujetaban entre sí mediante aros del mismo metal provistos de argollas. Estos cañones de duelas se sustituyeron poco más adelante por una serie de tubos de fundición, mucho más caros y complicados de fabricar, pero que resultaban más resistentes y prácticos. En ambos casos se disponía, en el extremo opuesto a la boca, un recipiente -también de hierro y con argollas- donde se retacaba la pólvora con una madera. Los servidores, utilizando gruesas cuerdas, ataban bien firme el cañón al mascle (se llamaba así al depósito de la pólvora) y luego todo el conjunto al montaje, que era el soporte de madera del cañón propiamente dicho. Una vez todo bien asegurado, se aplicaba una llama al oído (un hueco que comunicaba el exterior con la pólvora contenida en el mascle) y la explosión disparaba el bolaño hacia su objetivo. Tras disparar el ingenio, los artilleros debían desanudar las diferentes secciones del ánima del mascle, y luego todo el conjunto del montaje, corregir mediante cuñas el ángulo de disparo en el caso de necesitarlo, repetir toda la operación de carga, y volver a fijar la bombarda al soporte antes de poder repetir el disparo. Todas estas operaciones les llevaban a los primeros artilleros más de dos horas, por lo que no les era posible efectuar más de 10 ó 12 disparos al día con cada pieza.

Sus proyectiles más habituales eran los bolaños, esferas de piedra que cualquier picapedrero podía realizar a bajo costo, pero también se lanzaban bolas de hierro, que a veces calentaban hasta el rojo vivo antes de dispararlas. En ocasiones, también se empleaban las bombardas para lanzar contra el enemigo bodoques (esferas de barro endurecido) que servían como metralla, así como trozos de metal, cascotes, piedras o cualquier otra “munición” que tuvieran a mano.
Una bombarda podía disparar con fuerza devastadora proyectiles de entre 5 y 25 kg. de peso, aunque en Europa llegaron a construirse piezas con calibres de más de medio metro de diámetro capaces de lanzar bolas de hierro de 250 kg. Estas armas disparaban en tiro tenso (directo, en línea recta hacia el enemigo) y en tierras vizcaínas fueron utilizadas principalmente en asedios a torres o villas. Su función era derribar paredes, puertas y murallas, a la vez que quebrar el ánimo de los sitiados.

Lope de Salazar, en sus Bienandanzas e fortunas, nos deja ver que la lombarda era un arma habitual, cara y muy preciada entre las familias más poderosas. Son múltiples las referencias al empleo de estos artilugios, lo que nos demuestra que su uso estaba generalizado en los asedios. Vamos con unos pocos ejemplos: Se emplearon varias lombardas mayores y menores en la guerra de Elorrio. Pero de Avendaño utilizó una bombarda cuando puso cerco a la torre del alcalde de Zugasti. Durante el asalto a Basokoetxea (la casa matriz de los Basurto) los bilbaínos, coaligados con varias de las familias más poderosas del momento, emplearon una bombarda para vencer las defensas de la torre. En el asedio a Munguía, Gómez de Butrón empleó dos o tres lombardas para hostigar a los sitiados, que no podían hacer otra cosa que lamentarse ante la devastación del fuego de artillería.
También explica cómo los hombres del concejo de Bilbao inutilizaron una de las bombardas del de Basurto reventándoles dos de sus anillos a golpes y cómo eran preciado botín cuando conseguían tomárselas al enemigo tras cruentos enfrentamientos.
Por lo que nos cuenta, eran bien apreciadas las bombardas de Santander (Juan Alonso de Múxica, llevó al asedio de Elorrio "la lombarda de Santander, que era mucho buena e grande”), así como las fabricadas en Plasencia, donde llevaban a reparar las dañadas en acciones de guerra.

Para terminar con este humilde tratado sobre la artillería de nuestros banderizos, solamente nombrar al mortero o pedrero: arma de tiro curvo -las que se disparan hacia arriba para que el proyectil caiga desde lo alto sobre casas y personas- similar a las bombardas, pero con el ánima en forma de cono, más ancha en la boca de disparo que en la zona cercana al mascle, y al falconete, una pieza ligera, montada las más de las veces sobre un soporte giratorio y que tenía en la parte posterior de su boca de fuego un marco para sostener la alcuza (el depósito de la pólvora).

Bueno, como esto es ya suficientemente largo, dejaré para un próximo artículo el comentar algo sobre las acciones navales de los caballeros vizcaínos.

martes, 27 de abril de 2010

La armadura medieval

Cuando hablamos de los caballeros de la edad media siempre nos los imaginamos enfundados en su traje de acero brillante, como si esta fuera su vestimenta habitual. En realidad, un caballero medieval solo vestía el arnés en caso de batalla, torneo o justa. Si bien es cierto que no por ello renunciaba a defenderse de los ataques de sus enemigos; ya disponía para el uso diario de la eficaz protección que le brindaban las brigantinas, coracinas y demás armaduras ligeras. También se tiende a pensar que el peso con que debían cargar los caballeros medievales los hacía guerreros torpes, de movimientos lentos y limitados. Muchos aún creen que aquellas armaduras eran tan pesadas, que si un caballero caía por tierra en combate le resultaba imposible el incorporarse por sí solo. ¡Cuando daño has hecho a la historia, Hollywood...!
En primer lugar: existían dos diferentes tipos de armaduras, las de guerra, pensadas y diseñadas para prestar la mayor protección al caballero limitando lo menos posible su movilidad y las armaduras de torneo -o arnés de justa-, bastante más pesadas y recias, ya que su función básica era la de resistir el embate directo de la lanza de su oponente. Estas últimas sacrificaban la visibilidad y la movilidad a favor de una mayor reciedumbre en su construcción y añadían refuerzos en aquellas partes más expuestas al impacto. No olvidemos que la justa es un combate singular entre dos caballeros, no una pelea generalizada y mucho menos una verdadera batalla.

Una forma fácil y sencilla de diferenciar una armadura de guerra de una de torneo es fijar la atención en un par de puntos evidentes: La armadura de guerra está equipada con una celada más ligera, ajustada a la cabeza y que permita la máxima visibilidad posible en estos casos. Por contra, el yelmo de justa cubre cabeza y rostro con un yelmo pesado, con muy poca visibilidad y menor ventilación (en una batalla, el caballero debe poder detectar a los enemigos estén donde estén y necesita respirar durante todo el tiempo que dure el combate. Por el contrario el torneo solo dura unos pocos segundos, minutos en el peor de los casos, y la función del yelmo es básicamente defender la cara de un impacto directo de la lanza de su oponente)
El otro punto a mirar es el peto del caballero. Si lleva arnés de justa, un caballero diestro mostrará en el lado derecho el ristre (un pequeño soporte donde encajar un cabo que llevaba la lanza de torneo en la manija para que resulte menos pesada en la carga. Algunos modelos se podían plegar sobre el peto), o las perforaciones donde montarlo, ya que muchos de estos ristres eran desmontables. Otra diferencia a buscar es la enorme placa metálica que la mayor parte de los arneses de torneo llevaban en el lado izquierdo del peto, encargada de desviar las lanzas que resbalando por el escudo pudieran golpear el yelmo.
En cualquier caso, una armadura de arnés blanco (la que todos imaginamos cuando nos hablan de una armadura medieval, la de las películas de caballeros andantes) podría variar su peso desde los 25 kilogramos hasta los 30 en las más pesadas. Puede parecernos una carga imposible de manejar en combate, pero para comprender con exactitud lo que estos esforzados campeones cargaban, podemos emplear algunos ejemplos de hoy en día:
El peso del futuro equipamiento de combate en el ejército español, desarrollado en el programa “Comfut”, pesará en torno a los 25 kg. Cada marine de la 101 Aerotransportada, las unidades que penetraron hacia Bagdad desde el sur de Irak, cargaba con un equipo de entre 27 y 36 kilogramos. Un escalador profesional de alta montaña puede llevar en su mochila más de 20 kg. de equipamiento y ha de alcanzar cumbres que superan los 6.000 metros de altitud caminando con ese peso sobre sus hombros.
Es cierto que el desenvolverse dentro de un traje rígido de acero debe ser bastante más incómodo que el vestir los tejidos actuales, pero debemos tener también en cuenta que un hidalgo aprendía a manejarse dentro de la armadura desde muy temprana edad, de manera que cuando llegaba el momento supremo de entrar en combate, estaba más que habituado a su peso, estructura y manejo. En resumen, no nos queda más remedio que aceptar que un hombre bien entrenado –y no dudemos de que un caballero medieval lo era, tanto o más que el mejor samurai– vestido con su armadura, no solo era capaz de alzarse si tropezaba, sino que envuelto en su traje de hierro era capaz de luchar, fintar, atacar y correr tras su enemigo (o delante de él) si era necesario.

miércoles, 31 de marzo de 2010

de Parientes Mayores y Banderizos

Cuando hablamos de nuestros caballeros medievales y de sus disputas (no olvidemos que pese a lo peyorativo de la palabra banderizo, estos hidalgos eran el prototipo de caballero medieval), se suelen emplear indistintamente una serie de palabras que, creo entender, querían señalar conceptos dispares.
A las disputas entre familias se le dio en llamar guerras banderizas, cuando en realidad no pasaron de ser conflictos armados entre diferentes bandos, facciones o sectores de la sociedad pudiente en la edad media. En una época en la que el poder se sostenía por la fuerza de las armas (y muchas veces se alcanzaba por los mismos medios), los nobles mantenían y aumentaban sus rentas del mismo modo.
Por otro lado, en la Edad Media el mero concepto de individuo era algo sin sentido, era imposible sobrevivir por sus propios medios en ambiente tan hostil, estaban obligados a formar parte de una comunidad, una familia, un linaje, un bando. Por eso resultaba tan llamativa la figura del caballero andante: un hombre solo, enfrentado a las vicisitudes de la vida y los peligros del camino sin otra ayuda que la de Dios... (Creo que esto merecería un artículo propio).
Los siervos y esclavos estaban protegidos por sus dueños y señores, los villanos por el concejo y la sociedad municipal. También los nobles habían de agruparse en grupos más amplios que les permitieran defenderse de sus vecinos más poderosos y de los intentos del rey por usurpar sus derechos y esquilmar sus fuentes de ingresos.
Llamaron a estos grupos bandos y a quienes pertenecían a ellos banderizos. Sólo con el advenimiento del renacimiento y la centralización del poder en manos de un rey todopoderoso, dueño absoluto de tierras y gentes, pudieron los nobles aspirar a sobrevivir por sus propios medios y medrar por si solos en la corte y los negocios.
Nos encontramos pues con que entre los siglos XIII al XVI, todos los nobles europeos pertenecían a uno u otro Bando y eran por lo tanto Banderizos.
En tierras vascas, formando los bandos y gobernados por las leyes del clan, destacaban los Parientes Mayores, herederos directos de fundador del linaje, aquél que conquistó la tierra, los hombres y los recursos con que edificar la casa y dio nombre al apellido. Estos parientes mayores aportaban al bando toda su gente y arrastraban tras de sí al resto de su clan. Sus descendientes ganaron a su vez más tierras y rentas, quizás incluso algunos fundaron apellido propio, y a cada uno de ellos se le llamó Jauna. Era el señor de la casa, el cabeza de familia, el Mayor de su apellido. Señores de la guerra, propietarios de las tierras, sus riquezas y de los hombres que las trabajaban, pero obligados a su vez por las disposiciones del mayor de su linaje, el pariente mayor. El resto de los descendientes varones, sus hijos fuera cual fuera su edad, eran Jauntxos, literalmente: señoritos. Término que todavía se utiliza en muchas zonas de la península con el mismo significado que en aquellos lejanos siglos.
Tras los banderizos –todos caballeros, todos hidalgos de mayor o menor fortuna-, cabalgaban escuderos y omes comunes. Gentes procedentes en su mayor parte de las tierras y pueblos propiedad del jauna a los que las armas permitían una vida más desahogada que al resto de sus paisanos. Soldados avezados en mil escaramuzas, pero que no eran banderizos, sino sus escuderos y hombres de armas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Luchas de bandos: “Porque fueron, somos; porque somos, serán”- II

Continuando con el suelto anterior, hemos de aceptar, nos guste o no, que en aquellas tierras salvajes de la Europa medieval, solamente los nobles pudientes disfrutaban de lo que hoy consideraríamos unas condiciones mínimas de vida. Para el resto de los mortales, la mera existencia suponía un triunfo, el mayor éxito posible. Habían de sobrevivir faltos de las más imprescindibles medidas de higiene, sin sanidad, agitados por hambrunas y epidemias, azotados por las inclemencias del tiempo en sus miserables casuchas y sometidos a los arbitrarios caprichos de su señor. Sin ningún derecho, ni siquiera a la propia vida.
Por contra, los caballeros medievales, tanto los de la tierra llana como los residentes en las villas, vivían holgadamente del trabajo de sus siervos y esclavos. Durante siglos disfrutaron de todos los bienes de la tierra y les dolía renunciar a sus privilegios, adquiridos y conservados por la fuerza de sus armas.
Así, la pragmática real que confería la hidalguía universal en tierras vizcaínas hubo de suponer un vuelco revolucionario, tanto en las condiciones de vida como en la forma de pensar de nuestros ancestros. Los infanzones hubieron de justificar su anterior modo de vida y rápidamente los nobles cultivados y escritores a sueldo embellecieron los desmanes pasados con un barniz de honor y compromiso. Crearon y exhibieron unos principios caballerescos en los que la familia, el clan, lo era todo; donde la palabra de un hombre no admitía marcha atrás, al adquirir el grado de compromiso jurado sin necesidad de más rituales que el mero hecho de pronunciarla. Glorificaron el trabajo, el sacrificio y el esfuerzo con que defendieron su linaje y su heredad; elevaron la tierra a la categoría de templo y la casa –su casa- se convirtió en la madre primigenia del apellido, de la familia, del todo.
No tardaron los siervos y menestrales, repentinos hidalgos, en asumir las características -publicitadas en libros de caballerías, poemas y declamaciones-, de quienes hasta ese momento habían sido sus superiores simplemente por tener un apellido. Ahora que también ellos disponían de uno propio, con el ansia de los nuevos ricos, se arrogaron como suyos los valores de los que presumían aquellos que pretendían imitar, los universalizaron e hicieron perdurar en el tiempo. Hasta que ellos mismos se los creyeron y los convirtieron en característica representativa de todo su pueblo, del pueblo que hoy somos.

Hoy se nos debe hacer presente que, igual que somos el fruto directo de aquellas gentes ya desaparecidas, nuestras actitudes de hoy marcarán, en un sentido u otro, el futuro de aquellos que el día de mañana habitarán nuestra casa. Es nuestra responsabilidad el tener siempre presente que nuestro hoy será el cimiento sobre el que nuestros hijos levantarán su mañana.
Lo dejaron dicho nuestros antepasados: porque fueron, somos; porque somos serán.

viernes, 5 de febrero de 2010

Luchas de bandos: “Porque fueron, somos; porque somos, serán”- I

Desde siempre me he sentido atraído por este aforismo tan nuestro. Somos lo que hoy somos porque otros, nuestros antepasados directos o indirectos, existieron en otros tiempos y se comportaron de la manera exacta en que lo hicieron.
Si nuestros jauntxos, caballeros medievales, no hubieran participado de aquellas “sanguinarias” luchas de bandos, estas tierras no serían lo que hoy son. Hubieran llegado a ser mejores o peores, pero –con toda seguridad- habrían de ser diferentes a estas en las que hoy vivimos.

Las guerras de bandos fueron un acontecimiento universal. Surgieron entre los clanes feudales bajo las tensiones que los nuevos tiempos les procuraron. Los apellidos más poderosos veían peligrar sus privilegios ante el fortalecimiento de la institución monárquica y hubieron de emplear todos los medios a su alcance para defender sus beneficios y poder mantener su influencia en las nuevas estructuras políticas. Entre los medios de que disponían se encontraban, obviamente, la presión económica, las intrigas palaciegas y la fuerza de las armas.

Mal que les pene a los políticos maniqueístas de medio pelo, las luchas de bandos fueron -como ya hemos dicho- un fenómeno muy común. Sin salir de tierras hispanas podemos hablar de Castros y Laras en Castilla; Benavides y carbajales en tierras de Úbeda y Baeza; los Ansurez, Téllez o Girón en Palencia; Agramonteses y Beamonteses en Navarra o Abencerrajes y Zegríes en tierras nazaríes. También más allá de los Pirineos podríamos encontrar a los Lancaster y York en tierras inglesas o los Medici y los Pazzi entre los apellidos florentinos o güelfos y gibelinos en los estados pontificios y la actual Alemania.
Y continuar Así hasta llenar cien folios de apellidos homicidas.

Pero curiosamente hoy en día, y en buena parte gracias a nuestro nunca bien ponderado Don Lope García de Salazar, muchos pretenden hacernos creer que las luchas entre vecinos fueron privativas de las tierras vascas... aunque, realmente, lo que quizás ocurra es que les gustaría creerlo.
Pero defender esta teoría es un desmesurado error, solo admisible en gentes mal informadas o, peor aún, que pretenden emplearla tendenciosamente para tergiversar la historia y justificar así ciertos argumentos políticos actuales.

Que de esto, por desgracia, sabemos mucho en este país.

martes, 26 de enero de 2010

Tierra amarga se transforma en un sueño hecho realidad.

Este blog nació, como ya he dicho, por satisfacer una inquietud personal respecto a la edad media, y más exactamente sobre aquél período fronterizo donde ésta moría para dar paso a lo que dieron en llamar el Renacimiento. Años de cambios convulsos que favorecieron las luchas entre linajes, sociedades y agrupaciones comerciales por toda Europa.

Fue este interés por el medioevo y las luchas de bandos el que -de esto hace ya más de dos años- me llevó a pasar al papel las muchas notas tomadas durante mis lecturas. Todas estas anotaciones fueron poco a poco adquiriendo la forma, más o menos coherente, de la vida diaria del hombre medieval entremezclada con una serie convulsa de violentas acciones protagonizadas por las poderosas familias banderizas. En aquella época, las guerras de bandos impregnaban lo cotidiano y convertían la ya de por sí dura existencia de collazos y campesinos en un infierno donde la supervivencia resultaba en sí misma el mayor triunfo posible.

Tanto me cautivaron aquellas notas garrapateadas en folios y fichas que, casi sin pretenderlo, acabaron tomando forma de novela. Con la inconsciencia del novato envié mis escritos a una editorial. Ahora, ediciones Pàmies me ofrece la posibilidad de publicarla en su colección de novela histórica. Lógicamente he aceptado su ofrecimiento y en breve, espero que este mismo año, saldrá al mercado una novela negra, ambientada en tierras de banderizos, firmada por Iñaki Uriarte y titulada Tierra Amarga.

viernes, 8 de enero de 2010

Batallas medievales en la villa de Castro Urdiales y su pedanía de Sámano

Completando el anterior artículo, pasemos al relato de algunos sucesos protagonizados por Lope García de Salazar y acaecidos en la villa de Castro Urdiales y su pedanía de Sámano -hoy tierras cántabras-, que nos pueden dar una idea del potencial militar de que disfrutaban a finales de la edad media nuestros caballeros hijosdalgo.

Al transcribir, resumo las palabras del cronista:

En el año del señor de 1445 Juan de Arós solicitó la ayuda de Lope García de Salazar para enfrentarse a las familias Marroquín y Amorós, rivales de su familia y poderosos en Castro. A su pedido, Lope García le envió 50 hombres, que combatieron en la villa, casa por casa, durante dos meses. Al tiempo, ambos bandos se desafiaron a pelea sobre la lomba de Santullán. Para el desafío los Marroquines llamaron a sus parientes de Gules, Esqueras, Jebaja y Soba, a los Velascos de Mena, a los de Salcedo y Gordojuela (hoy Gordexola) hasta juntar más de mil hombres. Por su parte, Lope García llevó al enfrentamiento a sus parientes de Somorrostro, Portugalete, Baracaldo, Galdames y Sopuerta y a Pero Fernández de Salcedo, Pero Ferrández de Murga , Juan de Salcedo de la Cuadra y a Martín Sánchez de Palacio, a más de sus parientes de Aedo, Carranza y de Lezama, hasta juntar un total de 1.600 hombres bien armados. Todos allí acantonados, subieron un día los de Salazar a la citada loma de Santullán, y desde ella retaron a sus enemigos tirando truenos y haciendo sonar sus bocinas hasta la hora nona. Pero los Marroquines no acudieron al desafío. Por el contrario, atacaron con 500 hombres a los Amoroses en Castro ante lo que Lope García hubo de dejar en Santullán a los de Velasco y para marchar a toda prisa sobre la villa con 1.500 de los suyos. Pasando por el arenal, llegó hasta el barrio de los de Amorós y junto a ellos peleó muy reciamente contra sus enemigos recuperando no solo el barrio, sino también las torres de Vitoria y del castillo. Bajo la presión de las dos huestes coaligadas, se encerraron los Marroquines en la iglesia de Santa María, pero faltándoles de comer hubieron de solicitar pleitesía al de Salazar para que los dejara salir.

Años más tarde, ya en 1448, más que hartos los Marroquines del bueno de Salazar, que los acosaba por todas las tierras de Castro Urdiales, amenazaron a su señor, el conde de Haro, con desnaturalizarse de la casa de Velasco y pasarse al bando de Salazar si no les socorría contra éste.
Ante tamaña amenaza, el de Haro envió a Fernando de Velasco de Mena con 300 hombres de caballo y 5.000 de a pie, llegados de Trasmiera, Visio, Soba, Ruesga, Losa y Valdegovía. Se les añadieron otros 800 hombres de la casa de Ayala aportados por Pero Lopez de Ayala, Lope de Salcedo y los Aedo de Balmaseda. Ante semejante ejército, Lope García de Salazar solicitó ayuda a los Negrete, Oñez y Salazar, pero solo acudieron en su ayuda los de Asúa y Leguizamón, que enviaron 300 hombres fuertemente armados, que Lope añadió a los 2.000 hombres de que disponía en su propio solar. Con su ejército de 2.300 hombres, llegó hasta Avellaneda y se aposentó en el Carral, pero como supo que Ferrando de Velasco marchaba hacia Santullán, corrió hacia esta localidad. Los de Velasco asentaron su real en Lavaliega y durante días se estuvieron enfrentando ambos ejércitos en pequeñas escaramuzas de saetas. Pero no tardaron en llegar al de Salazar noticias de que Pero de Avendaño, Pero Velas de Guevara, Martín Ruiz de Arteaga y Martín Ruiz de Gamboa se acercaban a la villa de Portugalete con multitud de gentes de Bilbao. Temiendo que atacaran su torre de Somorrostro, abandonó el campo y marchó a defender la casa de su apellido. Al levantar Lope García de Salazar su campamento, Fernando de Velasco pasó por las Muñecas para entrar en Santullán y en Castro, donde tomó las casas de Salazar e hizo mucho daño en todas las posesiones que allí tenía.

jueves, 7 de enero de 2010

De la capacidad militar de aquellos caballeros medievales a los que luego dieron en llamar "banderizos"

Cuando hablamos de las luchas de bandos solemos obviar un dato que es por sí mismo extraordinario: La capacidad militar de que hacían gala los jauntxos en sus contiendas.

Si repasamos las Bienandanzas de Lope de Salazar –y en estos casos Don Lope es preciso como todo buen profesional– nos encontramos con algunos datos realmente escalofriantes: En Villatomín, en unas disputas por tierras en Castilla la Vieja, Ferrand Sánchez de Velasco se enfrentó con 300 caballeros apoyados por 5.000 peones, a los 200 hombres de a caballo y 3.500 de a pie que tenían los gamboinos de Guipúzcoa y de las Encartaciones, entre los que se encontraban Lope García de Salazar junto a 60 de sus hijos a caballo. (No, no es una errata, el tal Lope, antecesor del cronista de las Bienandanzas, “huvo 120 hijos e hijas bastardos, porque tenía gracia de preñar a toda mujer moza.” Sociable que era el mozo... (libro XXI pag. 116-17))

En otro escrito, nos encontramos con que en 1468, Juan de Avendaño reune en Elorrio 1.200 hombres junto a 150 de a caballo, a más de lombardas mayores y menores (libro XXII, pag. 219-35). En esa misma batalla, Lope García de Salazar –esta vez el cronista– enfrenta al de Avendaño 4.000 hombres y 80 de a caballo. Poco más adelante vemos que en ese mismo año Mujica y Butrón reunen contra el mismo Avendaño 4000 infantes y 150 jinetes con bombardas construidas en Santander (libro XXII pag. 220-1).

Para poder hacernos una idea de lo que un ejército de estas proporciones suponía en la época, podemos buscar referencias en otros ejércitos mejor considerados por la historia oficial. Por poner un ejemplo:

El Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, inició la conquista de Nápoles en 1495 (es decir, apenas 27 años más tarde) con 6.000 infantes y 700 jinetes ligeros, y para la toma de Ostia –el puerto de Roma– le bastaron 1.500 infantes, 300 jinetes ligeros y unas pocas piezas de artillería. Incluso más adelante, ya en 1529, un ejército de 400 caballos, 1.500 infantes y 4 piezas de artillería, le bastaron al de Orange para sitiar la ciudad de Florencia.

Nos encontramos pues con que las grandes familias banderizas, en sus enfrentamientos, eran capaces de alzar en un tiempo sorprendentemente corto un verdadero ejército de hombres perfectamente equipados y curtidos en múltiples batallas y escaramuzas. Y no olvidemos que el de Córdoba llevó a Nápoles únicamente caballería ligera, mucho más económica y fácil de equipar que la caballería pesada, mientras que en la batalla de Elorrio se encontraban al menos varios de los hijos de Salazar y algunos otros hidalgos de ambos bandos equipados de punta en blanco, es decir, con armadura pesada, la unidad militar por excelencia en la edad media. Un ejercito de 5.000 infantes equipados, 300 jinetes pesados y ligeros, más sus piezas de artillería, a finales de la edad media, era un ejército considerable, capaz de sitiar grandes ciudades o enfrentarse con posibilidades a cualquier rey de la época. Razón más que suficiente para que los reyes castellanos tuvieran tanto “amor” como cuidado para con sus “fieles” caballeros vizcaínos. (Aquí, para no herir susceptibilidades, recordar que en la época, era habitual llamar vizcaínos tanto a los habitantes de los actuales territorios de Vizcaya como a los de Guipúzcoa y buena parte de Álava)

Por no hacer demasiado extensa esta nota, en otro post aparte resumiré un par de ejemplos ocurridos en la villa de Castro Urdiales, de la que nuestro insigne cronista era merino, y que nos narra en su libro XXIV.

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476
Pinchando el cuadro puedes acceder a la galería de fotografías de Tierra Amarga

Bilbao en el siglo XV

Bilbao en el siglo XV
Así se supone que podía ser Bilbao a finales de la Edad Media

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)
La casa, origen del linaje, razón de ser de los bandos

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416
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