Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

viernes, 25 de noviembre de 2011

Los escudos de armas de los banderizos

En combate es imprescindible mantener el orden, saber cuando avanzar o replegarse y hacia donde moverse. Además, en el fragor de la batalla, rodeado de polvo, gritos y acero, resulta difícil -cuando no imposible- distinguir amigos de enemigos. Para solventar todos estos problemas, se crearon las enseñas y estandartes que con el tiempo dieron lugar a los escudos de armas. Cada combatiente buscó un signo distintivo con el que adornar sus pendones. Signos y colores que también estampaban en sus cascos y escudos de batalla con el fin de ser reconocidos, agrupar sus gentes y atemorizar al enemigo.

Lógicamente, en su inicio se buscó lo más obvio, quien se llamaba Lope (de Lupo, lobo en latín) dibujó lobos en su enseña, quien Gastelu (castillo en euskera), un castillo sobre los colores de sus pendones. Algo tan práctico -a la vez que vistoso- no tardó en generalizarse y volverse costumbre y pronto se transformaron estos dibujos en símbolo de las cualidades de quien los portaba o indicadores de los privilegios y distinciones que el rey o señor les había concedido. Se asimiló el escudo con la nobleza y nació así el escudo de armas, que no pertenece al apellido. Es un distintivo que se gana o concede a un linaje determinado, es la enseña característica de una rama del apellido con entidad propia. No es el apellido quien ostenta escudo, sino el linaje quien lo gana.

Como bien nos recuerda José, el rey concedió a Lope García de Salazar, y por ende a su linaje, el cambiar el escudo original de la familia y tomar como propias las estrellas robadas al gigante moro, para recordar así semejante hazaña a sus descendientes y a todos aquellos que pretendieran enfrentarse a él o su linaje en el futuro (la estrella es distintivo del héroe y Lope se pidió trece).

El llevar escudo adornado fue privilegio de nobleza y el derecho a portarlo había de ser ganado en batalla o en servicios a su señor. Se asignó a cada color o silueta una cualidad moral (la más representativa de aquellas que adornaban a su portador) y se complementaron con las figuras de honor que el rey de turno concedía a sus vasallos más destacados.

Tomemos como ejemplo el escudo del señor de Vizcaya, López de Haro:

(Recordemos que fue apodado el malo por su presunto mal comportamiento en Alarcos, donde faltó a la palabra dada por salvar el cuero a su rey, y cambió su sobrenombre por “el Bueno” en las Navas, donde despreció el botín y los honores pese a comandar la primera línea de combate).

Su escudo era blanco, color que simbolizaba la integridad y la obediencia, sobre él aparecían representados dos lobos -recordando el origen del linaje- de color negro (sable) símbolo de la entrega y la modestia. Tras la demostración de fiereza realizada en la batalla de las Navas, aparecieron en las fauces de los lobos sendos corderos -simbolo del caballero sacrificado y noble- ensangrentados. Este escudo original, por su participación en la toma de Baeza, se orló en gules (rojo) color de la sangre, para indicar su arrojo y fiereza en el combate, y se adornó la orla con las ocho aspas doradas que habían de reflejar la riqueza y esplendor que la toma de esta ciudad significó para quienes tomaron parte en el asalto.

Para los más interesados, aquí pueden encontrar una sencilla y práctica explicación del significado de cada color y figura heráldica. Y para terminar, y como curiosidad, es divertido comprobar en el cuadro del besamanos al rey Fernando -en esta misma página, abajo- cuales eran los colores y símbolos más utilizados por los juantxos vizcaínos de la época.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Como pudieron ser las batallas en la edad media

Tras comentar sobre lo anecdótico que fueron en realidad las batallas durante la edad media, vamos a extendernos un poco sobre como debieron ser aquellas que realmente ocurrieron.

De entrada, desmentir que fuera la caballería pesada la única forma de combatir en el medioevo. Ni era la única, ni la más usada, ni tan siquiera la más eficaz. La caballería pesada era , efectivamente, la fuerza concluyente en un choque, pero no la más importante, ni tan siquiera la definitiva. Una carga de caballería contra una infantería firme y bien estructurada está destinada al fracaso. Todos cuantos han montado alguna vez a caballo saben que el caballo es rápido y poderoso en una carrera corta pero muy torpe, cuando no incapaz, de realizar movimientos rápidos al galope. Esto supone que, en una carga de caballería tipo película de Charlton Heston, salvo que atravesasen las líneas enemigas al galope tendido sin encontrar obstáculo alguno que disminuyera su velocidad, acabarían todas las filas de caballería aplastadas cada una de ellas contra la anterior, unas sobre otras.

El mayor error lo cometemos al leer las crónicas de la época con el espíritu del hombre actual. En todos los relatos de batallas medievales, solo encontramos referencias a los caballeros y sus valerosas cargas a lomos de caballo sobre el enemigo que huye aterrorizado. En primer lugar porque eran estos quienes pagaban a los narradores y en segundo lugar porque era mucho más emocionante el leer sobre estos héroes casi sobrehumanos que sobre la plebe que tragaba el polvo que aquellos levantaban. Además hemos de tener en cuenta es que, en las crónicas de la época, un caballero era siempre un hidalgo, fuera a pie o a caballo. Cuando el narrador habla de caballeros en lucha no tiene porqué referirse exclusivamente a hombres a caballo, sino a nobles peleando.

Por otro lado siempre hemos pensado que la única táctica medieval de batalla era el ¡a por ellos! y que una batalla consistía en mucha gente dándose mamporros sin ningún orden, cuando la realidad había de ser muy diferente. En primer lugar no podía ser un Totum Revolutum sin orden ni concierto. Pensemos que aquellas gentes eran las tropas de élite de su momento, a más de señores dueños de tierras y gentes, propietarios de extensas tierras y amplias ganaderías. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que un tipo capaz de gestionar un condado, señorío, o simplemente su heredad durante siglos, sería tan estúpido como para cargar a tontas y a locas contra el enemigo?

Yo no lo creo.

Además, la historia y su contexto nos reafirman en esta idea. El Epitoma rei militaris nos da una descripción pormenorizada sobre como disponer el ejército en la batalla y este tratado fue ampliamente conocido entre la nobleza hispana. Según este texto, y el análisis detallado de movimientos las batallas, así como ilustraciones de la época, lo corroboran: en toda batalla medieval, el peso de la lucha recaería sobre la infantería.

Una disposición ideal de batalla para un ejército medieval sería la siguiente: Dos líneas de infantería formadas por caballeros, sus escuderos y hombres de confianza, fuertemente armados con cota de mallas o armadura completa (según la época), lanza, escudo y armas de mano -hachas, mazas y demás-. Tras ellos, dos o tres filas más de infantería ligera ,con defensas ligeras o inexistentes, equipados con todo tipo de armas arrojadizas y jóvenes paveseros que, cargados con sus grandes escudos, habrían de cubrir a los ballesteros.

(Aquí un pequeño inciso. En aquella época, las piedras eran un arma tan a tener en cuenta como las flechas y chuzos. Por eso existían honderos en todos los ejércitos, tanto musulmanes como crsitianos, y los estrategas recomendaban a los generales que sus hombres se entrenaran durante sus períodos de asueto en lanzar piedras con fuerza y precisión.)

Tras esta barrera de peones se colocaría la caballería pesada y a sus lados la caballería ligera. Esta misma disposición básica se multiplicaría en el campo de batalla cuando existieran suficientes efectivos. Entonces se colocaría un primer contingente – o haz- de tropas, dispuesto como hemos indicado antes llamada delantera, tras esta otra similar, la medianera; a derecha e izquierda ambas costaneras igualmente ordenadas y atrás del todo, como reserva, dispondrían la zaguera, donde estarían las tropas de élite, la caballería pesada.

El sistema táctico medieval era simple y efectivo: la delantera entraba en contacto con las líneas enemigas y trataba de romperlas para atravesarlas, las filas de infantería pesada defendían a las que avanzaban tras ellas, que hostigaban al enemigo con sus proyectiles protegidos por el muro de hierro que formaba la infantería pesada. Tras el primer choque, llegaba la medianera para reforzar los puntos más débiles de nuestras líneas y aumentar la presión allá donde el enemigo parecía flaquear. Entre tanto, las costaneras impedían que el enemigo nos rodeara a la vez que trataba de colocarse a sus espaldas. La zaguera, la crème de la crème de nuestras tropas, espera signos de debilidad en el contrario, una rotura en sus líneas que permitan –ahora sí- cargar contra ellos al galope tendido y atravesarlos.

Cuando esto ocurre, carga la caballería pesada y la infantería se aparta a un lado para dejarles pasar. Nada puede un infante en combate uno contra uno con un caballero cubierto de pies a cabeza del mejor acero y alzado sobre quinientos kilos de músculo y furia. La batalla termina tan pronto como uno de los contendientes descubre que tiene enemigos a sus espaldas. Se asusta, rompe filas y se olvida de la disciplina. El ejército se desorganiza y cada hombre queda a expensas de sus solas fuerzas. Comienza la desbandada y el degüello.

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476
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Bilbao en el siglo XV

Bilbao en el siglo XV
Así se supone que podía ser Bilbao a finales de la Edad Media

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)
La casa, origen del linaje, razón de ser de los bandos

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416
Armas de lujo para los privilegiados de la tierra

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