Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

Puedes adquirir la novela en las más importantes librerías on-line, o pedir que te la traiga la librería de tu barrio. También puedes comprarla en editorial Maluma, que te la hará llegar sin gastos de envío.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

lunes, 24 de diciembre de 2012

Concurso de relato corto

Esta entrada nada tiene que ver con la edad media ni con los banderizos, pero sí con la literatura y sus amantes. 
Junto con mis amigos de la asociación literaria Plaza Nueva Idasleak, hemos puesto en marcha un concurso de relato corto de tema libre. La única exigencia es que la acción del relato ha de transcurrir en la Aste 
Nagusia bilbaína. 

Pueden ser unos guerreros medievales transportados a nuestra era por un oscuro nigromante o un siniestro asesino de perros que recorre las calles de Bilbao durante las fiestas. Todo vale, solo pedimos cariño en la escritura y respeto para con los demás.

Podéis consultar las bases y registrar vuestros relatos en mundopalabras. La presentación oficial del concurso será el próximo día 15 de enero a las 13 horas, en el hotel Abando de Bilbao. 


Por cierto, todos los que vengáis estáis invitados a una copita de cava.
¡Os esperamos!

miércoles, 5 de diciembre de 2012

De cómo mató el conde don Tello a este Juan de Avendaño en Vilvao e la causa d'ello


Retomemos el asunto donde lo habíamos dejado la semana anterior.

Juan de Abendaño había dejado en evidencia en público al conde don Tello, señor de Vizcaya por aquél entonces, al conseguir que el caballo del conde saltara por encima de unos jabalíes que habían soltado en la plaza de Bilbao. Además, había realizado algunos comentarios no muy afortunados en referencia a la autoridad que pudiera ostentar para gobernar el señorío alguien que no era capaz ni de hacer que le obedeciera su propio caballo.

El caso es que, una vez terminados los festejos con los puercos y un tanto avergonzado por el espectáculo que había dado a sus súbditos, marchó don Tello a comer acompañado de todos los asistentes al festejo.  Mientras comían y comentaban los acontecimientos del día, algunos de los presentes comenzaron a señalar que no eran de recibo las palabras del hidalgo y que ningún señor que se preciara podría aceptar que uno de sus súbditos dijera eso de él, y menos aún en presencia de otras gentes.  Entre los que aseguraban al conde “que no era para en el mundo si tales cosas soportaba”, uno de los más empecinados era Pero Ruiz de Lezama, vecino del de Avendaño. 
Realmente que no queda muy claro si Pero Ruiz insistía tanto en asegurarlo porque realmente consideraba que las palabras pronunciadas en la plaza de Bilbao ofendían la dignidad de su señor, o porque su vecino cortejaba demasiado descaradamente a su señora doña Elvira (señora del de Lezama, claro está), que era muy hermosa y lozana -tanto, que aseguraban los de su tiempo que no la había igual de bella en toda Vizcaya- y el pobre don Pero la tenía encerrada en su torre de Lezama rodeada de criados  para que no la enamorara el don Juan de Avendaño.

Tanta cizaña sembraron entre unos y otros en el alma del señor de Vizcaya, que al final consiguieron su objetivo: que el conde don Tello considerara un grave atentado contra su autoridad y honor las palabras de don Juan.
Imagen de las Cantigas (siglo XIII) donde un  justicia, armado con su maza, persigue a unos  peregrinos falsamente acusados de robo.
Así, apenas terminada la comida, dio orden a sus maceros que se encargaran de que Juan de Avendaño no volviera a dejarle en evidencia delante de sus caballeros, ni volviera a cuestionar la capacidad del conde para gobernar el señorío. De manera que, en cuanto terminaron todos de comer, se acercaron disimuladamente al orgulloso hidalgo y de unos cuantos mazazos acabaron con él. Luego, como público escarmiento, arrojaron su cadáver por la ventana de palacio -que daba a la misma plaza donde le avergonzó- para que sus criados se hicieran cargo de los despojos y los llevaran a su tierra para darle cristiana sepultura.
Lictores con sus fasces al hombro.

La imagen de Las Cantigas que ilustra este artículo nos muestra como, ya hacia 1280,  la maza era un arma habitual para los encargados de ejecutar la justicia en tierras hispanas. 
Podemos concluir que nuestros maceros realizaban una función similar a la encargada a los lictores  con sus fasces en la época romana, preceder al poderoso como seña de dignidad, protegerle y ejecutar la justicia más inmediata. 

viernes, 30 de noviembre de 2012

Maceros


Es muy posible que alguna vez, al ver una recepción en el ayuntamiento, o en alguna comitiva municipal, hayáis visto unos tipos con pelucones, vestidos de manera estrafalaria que llevan al hombro una especie de lámpara rococó dorada con mango.
Macero en la fachada del Ayuntamiento de Bilbao
Estos funcionarios son los maceros y lo que llevan al hombro es la representación, ya inútil y meramente decorativa, de una maza de guerra.  
A día de hoy no pasa de ser una figura que pretende simbolizar el prestigio y autoridad de las personas o instituciones a los que precede, perdida ya su función primera, la de alguacil o cuerpo de seguridad.

Por cierto, en las Bienandanzas se cuenta una batallita, muy acorde con la mentalidad de la época, donde se puede comprobar de manera muy evidente la función que estos oficiales –hoy tan pintorescos- cumplían en su origen.

Corría el año del señor de 1356 y era el conde don Tello señor de Vizcaya en aquellos días. El buen conde era un gran aficionado a la caza y las monterías y, con ocasión de una visita a la villa de Bilbao, se le ocurrió ofrecer espectáculo a sus gentes corriendo unos jabalíes en la plaza de la villa.
-Aquí un inciso. La plaza de Bilbao se encontraba por aquellos tiempos en la explanada que hoy ocupa el mercado de la Ribera, al que los viejos aún llamamos “la Plaza”, y que todo bilbaíno que se precie distingue de la Plaza Nueva, espacio reciente, edificado en 1849-.
"Espectáculo" taurino representado en las  Cantigas.
 El caso es que por aquellos banderizos años, los espectáculos eran ligeramente diferentes a los actuales. Un divertimento bastante habitual (entre los ricos, claro está) era el correr bestias, que podían ser toros o jabalíes como en este caso. Se trataba de forzar el ataque del animal y esquivarlo graciosamente con quiebros de la montura. A veces simplemente por estética, en otros casos para alancearlo (herirlo con una lanza o rejón) hasta la muerte.
El caso es que el señor de Vizcaya llevó a la villa doce puercos salvajes que tenía en una finca de Alviña y los soltó en un cercado dispuesto para tal fin en la plaza de Bilbao. Lógicamente, a tal evento se acercaron no solo los villanos y hombres buenos de la población, sino también los señores de la tierra llana y demás autoridades vizcaínas. Entre ellas se encontraba el ínclito don Juan de Avendaño, dueño y señor de tierras en Zamudio y la torre de Malpica, hombre aguerrido con merecida fama de pendenciero y poco partidario de don Tello como señor de Vizcaya (en otro momento hablaremos de los señores –y señoras- de Vizcaya). Con semejante público, montó su hermoso palafrén y trató de hacerlo corvetear entre los puercos. Lamentablemente, su caballo se asustó y no consintió en meterse entre los jabalíes por mucho que don Tello lo intentara.  
Cuando se excusaba del fiasco ante los presentes culpando al caballo de su fracaso, el señor de Avendaño le pidió:
- Señor, dejadme cabalgar vuestro caballo que, quiéralo o no, yo lo haré saltar por entre los puercos.
Cedió don Tello las riendas a Juan de Avendaño, convencido de que no podría vencer el miedo del rocín ante las bestias, pero no conocía bien al vizcaíno. Montó el hidalgo el corcel, ajustó el bocado y a golpe de espuela le hizo entrar al recinto de los  jabalíes. El pobre animal, despavorido, trató de evitar a los puercos y resbaló sobre el enlosado del suelo, yendo a dar con sus carnes y las del jinete por tierra. Pero no era hombre blando el endiablado hidalgo de Avendaño, sin perder las riendas, ni descabalgar del corcel caído, le hizo alzarse de nuevo y volvió a clavar los acicates en los ijares de su montura haciendo que esta vez, más temeroso el animal de su jinete que de los mismos jabalíes, saltara sobre estos de lado a lado ganándose así la admiración de cuantos contemplaban el espectáculo.
Entre aplausos, echó pie a tierra y devolvió el caballo a los palafreneros de don Tello mientras comentaba:
- ¡Menudo Señor de Vizcaya sería yo si no fuera capaz de hacer que un caballo me obedezca!
Es de imaginar como sentó aquél comentario al conde y qué le dijeron sus acólitos sobre el de Avendaño en cuanto se encontraron a solas.

Bueno, ya empiezo a enrollarme, de manera que corto aquí y dejo la resolución del encuentro de don Tello con Juan de Abendaño y la función de los maceros para la próxima semana.

martes, 20 de noviembre de 2012

La revolución industrial en la Edad Media, la muerte de la caballería romántica.


Como decía anteriormente, la sociedad cristiana medieval era una sociedad básicamente agrícola, ganadera y guerrera que complementaba sus ingresos con el comercio y la industria. Y estos dos apartados fueron ganando poco a poco espacio a los anteriores, sin gran aparato, pero modificando la sociedad de una manera total y absoluta.
Las continuas guerras y las pestilencias (Llamaban así a todo tipo de epidemias, tanto de peste como de gripe, viruela, ántrax o cualquier otra enfermedad contagiosa), provocaron una falta de mano de obra que ya no podían cubrir las bestias domésticas y además, el mayor esfuerzo productivo de estos animales era absorbido por la guerra. Este desequilibrio solo pudo ser cubierto con la aparición de las grandes máquinas hidráulicas. Se fueron construyendo cada vez más molinos, cada vez más grandes y eficientes. 
Aparecieron los martillos de forja y ferrerías, las fábricas de papel y paños, inmensos molinos que represaban ríos hasta entonces navegables y forzaban a modificar las conductas y los esfuerzos económicos en busca de otros mercados. La navegación fluvial perdió fuerza y pujanza para mayor provecho de la marítima. Las armas y herramientas de hierro y acero se produjeron de manera más rápida y eficaz, a la vez que aumentaba su calidad. 
Se inició por primera vez una época de sobre producción, donde las potentes villas elaboradoras de paños o papel eran capaces de producir mucho más de los que eran capaces de consumir. Los reinos cada vez más amplios y con una monarquía cada vez más poderosa, menos sacudidos por las guerras, eran capaces de crear -quizás por primera vez desde la caída del imperio romano- un excedente de comida. 
Por otra parte, los avances en la conservación de alimentos (salazones, ahumados, etc.) hicieron posible el realizar  viajes cada vez más largos y los excedentes en la producción de materias primas y manufacturas hicieron que fuera rentable el recorrer mayores distancias para abastecer nuevos mercados. 

Así, se inició una carrera marítima que cambiaría el mundo sin que los cronistas de la época se dieran cuenta. Una hambruna o un peste, la muerte de un rey o una gran batalla si eran dignas de ser cantadas en las crónicas, pero ¿qué cronista se iba a molestar en escribir en sus crónicas la instalación de otra fragua en la rivera del río que bañaba su villa, o a la llegada de una nueva bataneadora hidráulica?

Así, silenciosamente, moría la edad media con sus caballeros y comenzaba, sin que nadie lo advirtiera, la edad moderna, la edad de los comerciantes y el arte considerado como expresión de riqueza y ocio de la élite civil.

viernes, 16 de noviembre de 2012

La economía medieval


Vale, lo prometido es deuda, de manera que aquí va otro artículo corto. Así hacemos dos en esta semana.

Dejamos al caballero medieval, propietario de tierras y hombres, dedicado a la agricultura, la ganadería y la guerra como principales actividades económicas. A estas tres generales y ampliamente difundidas por las amplias tierras castellanas, los caballeros norteños, restringidos por la orografía y el clima en sus pretensiones agrícolas, debieron de sumar el comercio. Ya decían los juglares que era don Lope el vizcaíno hombre rico en manzanas, pobre en pan e vino, indicando así las carencias agrícolas de las tierras vascas.
En todo caso. El noble medieval cristiano dividía el año económico en dos grandes períodos: el de cosecha que, simplificando mucho, podía discurrir de abril a junio. En este período se sembraban, regaban, cuidaban y cosechaban los campos. Al final de estos comenzaba el período propio de la segunda actividad económica medieval: La guerra.
El caballero medieval (repito, lo mismo moro que cristiano), una vez a buen recaudo su cosecha, atacaba a sus vecinos más débiles para capturar esclavos, rehenes, ganado y alimentos que completaran su propia cosecha. Esta actividad estaba generalizada y -mal que les pese a los historiadores tendenciosos- se dedicaban a ella con ahínco lo mismo moros que cristianos. De hecho, lógicamente, para un caballero castellano le resultaba más fácil atacar a un vecino aragonés (aunque cristiano como él) que a un murciano musulmán. Esto proporcionaba esclavos -mano de obra- y dinero procedente del rescate obtenido de los rehenes nobles, si se podía capturar alguno.
Nunca un rey o un señor cristiano tuvo reparo alguno en coaligarse con aliados de la otra religión en contra de un vecino molesto, aunque fuera correligionario suyo. 
Dos cuerpos de ejército, uno cristiano y el otro musulmán,
cabalgan juntos hacia la batalla.

Como curiosidad: entre los cristianos del siglo XIII y alrededores, en Castilla solo podían llevar barba aquellos que hubieran sido cautivos, y solo mientras no cumplieran las promesas hechas durante su prisión. Los musulmanes, por contra, llevaban el pelo largo y la barbas luengas, como manda su ley.

 Como en aquellos años muy pocos nobles podían permitirse un ejército puramente profesional, había de ser quien sembraba, cuidaba las ovejas y recogía el trigo el mismo que, maza en mano, acompañara a su señor en el ataque al reino vecino. Por eso la guerra tendría que realizarse a partir de mayo-junio, con la cosecha ya recogida. En caso contrario estaba asegurada la hambruna para el año siguiente. Así, era de suma importancia el realizar una buena previsión de siembra y cosecha, y rezar al Altísimo para que las condiciones atmosféricas fueran las adecuadas: Si se podía recoger pronto, se podría atacar al enemigo mientas este aún cosechaba y obtener así tres beneficios añadidos: Una victoria más fácil, quedarse con la cosecha a medio recoger del vecino y, privado éste de alimentos, debilitarle lo suficiente como para, quizás, poder apropiarse de sus tierras al año siguiente.  Además, ya lo indicaba Vegecio en su Compendio de Técnica Militar, el atacante debía tratar de avanzar por territorio enemigo, de esta manera no consumía sus recursos en el avance, a la vez que reducía los recursos del enemigo comiendo de lo que producían sus tierras y devastando la zona por la que pasaba.

Y lo dejamos aquí para continuar otro día.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La vida, la economía y la revolución industrial en la edad media.


Generalmente tendemos a suponer que la edad media fue una época oscura y atrasada tecnológicamente. Y obviamente, si la comparamos con el siglo XVIII, así resulta, pero no si la colocamos en su justo momento histórico.
La edad media comienza con el hundimiento del impero romano y este acontecimiento conlleva un elemento al que no se le ha dado la importancia que realmente tuvo. La caída del imperio supuso la práctica desaparición de la mano de obra esclava procedente de las guerras de conquista imperiales. Ante este problema, la Europa húmeda, favorecida por amplios campos forrajeros, se vio forzada a sustituir la fuerza humana por la animal. Floreció la cría de caballos y bueyes y estos animales se volvieron tan importantes que acabaron creando a su imagen una sociedad distinta a la existente hasta entonces. 

Los caballos servían para el trabajo, transporte y la guerra y animales tan versátiles se convirtieron en los más preciados entre todos. Comenzó a gran escala la cría de animales diseñados para trabajos específicos y nacieron nuevas razas de caballos de guerra, asnos de gran alzada, mulas resistentes y potentes bueyes. Los animales ya no solo debían producir carne, sino también fuerza motriz.
La fuerza animal cubrió a la perfección las necesidades de una sociedad diseminada y con escasos núcleos centralizados de población, cada vez más  aislada de sus vecinos. 
Así nació el germen del futuro caballero medieval, el caballero en su acepción de hombre con apellido. Es decir, alguien que forma parte de una familia lo suficientemente importante como para poder distinguirse de las demás, propietaria de una tierra de donde –casi con toda seguridad- tomará su apellido, con esclavos, animales y siervos a su servicio. Nace una nueva clase social que dará origen a lo que hoy conocemos como caballero medieval. 

Este "protocaballero" es, como hemos dicho, propietario de un puñado de tierra que le permite mantener a su apellido. Pero esta tierra, aunque trabajada por las potentes yuntas de bueyes, es escasa en recursos y los centros de comercio se encuentra alejados de la casa de la familia. Además, entre la recogida de una cosecha y la plantación o siembra de la siguiente existe un período de inactividad improductiva, que los caballeros medievales (todos los caballeros medievales, hispanos y germanos, vascos y castellanos, gallegos y catalanes) empleaban en lo que era la segunda industria medieval más importante: la guerra.

Bueno, como me han dicho que me enrollo demasiado en mis entradas, corto aquí y seguiré con este asunto más adelante.
Nos vemos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Como eran las tiendas y campamentos medievales



Los pobres dormían donde podían, cubiertos por una manta o su capote. En un campamento, se distriburán por donde puedan y los más afortunados tenderán una pieza de tela sobre una cuerda tendida entre dos estacas plantadas en la tierra para dormir a resguardo envueltos en su manto. Pero todo caballero que se precie hará que sus siervos carguen con una tienda y la riqueza de esta dependerá de los posibles del propietario.
Pasemos a detallar partes y composición de la tienda redonda, la tienda básica medieval:

La tienda se levanta plantando de manera firme el tendal, un poste grueso, normalmente clavado en el suelo, de cuyo extremo superior parten una serie de cuerdas que se fijarán al suelo mediante estacas. El número de cuerdas varía en función del tamaño, altura y perímetro de la tienda (en los documentos de la época, el número de cuerdas que sostiene una tienda dan idea de su tamaño e indican la categoría y poder de su propietario).  Sobre los tendales se extiende un cono de tela, la corona, que se cierra por la parte de arriba con una pieza de cuero que se llama cuenca. De la corona penden los álabes, lienzos de tela que forman las paredes de la tienda y remata la tienda por arriba la pella, la pieza maciza que corona el tendal. 

Alzando uno o dos álabes se accede al interior, y se pueden fijar estos lienzos a las cuerdas para mostrar el interior de la tienda o para que su inquilino admire el paisaje. En caso de mucho calor también se pueden alzar, parcial o totalmente, alguno o todos los tendales para que corra el aire.
Como hemos dicho, el tamaño de la tienda lo determinan el número de cuerdas y su riqueza los materiales de construcción. así, la pella puede ser de oro labrado con forma animal o vegetal, quizás con el símbolo del propietario de la tienda, o una simple pelota de cuero. Lo mismo ocurre con la cuenca, que puede ser de cuero o una gruesa lámina de plata repujada u oro labrado. Y con la corona y álabes, que podrían ser de humilde burel (paño basto y ordinario que viste la gente común y los esclavos (quizás apropiada -con el consiguiente escándalo de sus vecinos- para un simple jauntxo que prefiere gastarse el dinero en una buena espada o en comprar un carro de ballestas) o del más costoso brocado de seda y oro. También el tendal indicará la posición de su dueño. Muchas veces eran desmontables en piezas, para poder trasladarlas mejor y el rico utilizará tendales de roble, nogal o caoba, sin despreciar el palo santo y otras maderas exóticas, quizás con incrustaciones de marfil y amarres de oro y plata. El pobre se conformará con un robusto poste de roble de una o dos piezas. El suelo de la tienda se cubre totalmente con pieles, de oso o marta para el rey, de cuero o paja para el pobre. Un jauntxo quizás cubra el suelo con fustán y la embellezca con alfombras tejidas con la lana de sus rebaños. 


Pero el rey, o un noble realmente adinerado, podría alojarse en una tienda de dos tendales, el colmo del lujo en un camping medieval. Su escudo en las cenefas de tela que bordean la corona, brocados de seda entretejida con oro imitando columnas sobre los álabes, gallardetes con sus colores sobre las pellas... en fin, lujo asiático para los señores de la tierra. 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Sobre las Villas y la Tierra Llana


Casa Torre de Aranguren
Como hemos comentado en varias ocasiones a lo largo de este blog, las luchas banderizas fueron básicamente enfrentamientos entre los diferentes apellidos que se disputaban el poder y los recursos de la tierra. En la antigua Vizcaya,  existía un determinante añadido, los diferentes regímenes jurídicos existentes entre las villas y la tierra llana, que añadieron un componente particular a algunos de estos enfrentamientos.  La fundación de villas fue una herramienta en manos de los monarcas para mermar los recursos de los nobles que se le enfrentaban y debilitarles.
Aquí trataré de explicar, de manera sucinta, qué era la Tierra Llana y como le afectó la fundación de las Villas

En su origen, tierra llana sería todo el territorio bajo la jurisdicción del Fuero de Vizcaya. Es decir, en la práctica la totalidad del señorío, compuesto de anteiglesias agrupadas en Merindades. Territorio controlado por la nobleza organizada en bandos, con sus parientes mayores, señores y jauntxos. En la tierra llana toda su población está sujeta al terreno, y este y quienes lo trabajan se encuentran sometidos al propietario de la tierra, su señor natural.
Pero en 1199 aparece una nueva ordenación jurídica en Vizcaya, Lope Sánchez de Mena funda la primera villa en territorio vizcaíno, Balmaseda, y le otorga el Fuero de Logroño.  En este fuero y en las cartas puebla de su fundación se reflejan los privilegios de quienes habiten en las villas. 
La villa, un nucleo poblacional, con un territorio determinado, asignado y garantizado por el señor del lugar, que goza de una serie de privilegios otorgados en su carta puebla. Según el fuero, la población que habita en las villas es, en primer lugar, franca y libre,  gozando de autoridad y jurisdicción independientes del señor. 
Limitada en su extensión, sin grandes espacios para destinar al sector primario (agricultura y ganadería), los villanos dedican sus esfuerzos al comercio y la producción de bienes lo que lo diferencia en forma de vida y mentalidad, del mundo rural que lo circunda. La villa depende del campo para alimentarse, pero genera rápidamente valor añadido sobre los productos que elabora y permite a los artesanos y comerciantes acumular una riqueza impensable para el campesino. 
Además, las villas se defienden con gruesas murallas que las rodean y quienes se refugian en su interior están a salvo de sus anteriores dueños. Estos privilegios atraen a las villas a campesinos que huyen de sus amos, a comerciantes que se beneficiaran de la centralización de los mercados locales en las villas a salvo de los bandidos y las tropelías de la nobleza campesina, a jauntxos dedicados al comercio, la construcción de naves o a la explotación del hierro, parientes mayores, artesanos, eruditos, intelectuales y extranjeros, lo que provoca un auge imparable de las villas. Al darse el fuero, cambia la condición de los labradores, que dejan de depender del señor y se convierten en hombres libres. Todo esto trabaja en detrimento de los intereses de los apellidos asentados en la Tierra Llana que tratarán de detener el florecimiento de las villas utilizando cuantos instrumentos jurídicos estén a su alcance y, en múltiples ocasiones, con la fuerza de sus armas.
También es de considerar la importancia de los linajes que se asientan en las villas. En unos casos es el medio de aumentar los ingresos de los apellidos menos favorecidos, en otros una posibilidad de medrar para los segundones y para los grandes linajes la forma de ampliar su fortuna y aumentar sus influencias controlando el concejo. Además, los vecinos de la villa son vasallos del señor del territorio, lo que supone su protección sin que en la práctica dependen de él para otra cosa que no sea abonarle su parte en los beneficios. Más tarde, cuando el rey de Castilla pasa a ser también señor de Vizcaya, las villas consiguen escapar definitivamente del poder señorial y alcanzar las más altas cotas de crecimiento y riqueza.


Para ilustrar los conflictos entre la tierra llana y las villas, un breve relato de cómo entraron en Vilvao Juan d’Avendaño e Juan López de Ganboa con él, e las peleas que ovieron con los Butrón:
En el año del señor de mil cuatrocientos once, Juan de Avendaño, hijo de Martín Ruiz, entró con sus hombres de armas en Bilbao y cercó a Ochoa Pérez de Arbolantxa en la torre que su apellido tenía en la plaza de la villa. Se sumaron al conflicto los hombres de Asúa, Susúnaga y Getxo, que lucharon a las puertas de la villa, cayendo numerosos hombres heridos y muertos por ambas partes. Durante el enfrentamiento, a Juan de Avendaño, una saeta le dio en la gorguera, pero por suerte para él no le alcanzó de pleno y solamente lo hirió de levedad en el cuello. 
Al no poder tomar la torre continuaron los disturbios por la villa y como Gonzalo Gómez de Butrón, pariente mayor del linaje, se encontraba en la corte, acudió doña María Alonso -su esposa- al mando de todo el solar de Butrón y tomó posiciones en la atalaya de Bilbao y en la rentería. También acudieron en su ayuda Ochoa de Salazar con sus gentes y Fortún García de Arteaga, yerno de la de Butrón. Para enfrentarse a semejante ejército,  llegó a la villa el abuelo de Juan de Avendaño, Juan López de Gamboa, pariente mayor del apellido.  Todos ellos lucharon y murieron, noches y días, por las calles de la villa y sus alrededores hasta que volvió de la corte el señor de Butrón que consiguió que el doctor Gonzalo Moro, corregidor del rey, que ofreciera treguas del rey a los contendientes y que así estos volvieran por fin a los solares de donde habían salido. 

martes, 7 de agosto de 2012

Por un puñado de castañas



Una anécdota que puede evidenciar tanto el sentimiento del honor y deber medievales como el ambiente de violencia y crispación que se vivía en aquellos tiempos, sería la ocurrida a las familias de Butrón y Zamudio en mil doscientos setenta y cinco. 


Cuenta don Lope de Salazar en sus Bienandanzas que, en aquellos años, se encontraban enfrentados Ochoa de Butrón e Iñigo Ortiz de Ibargoien, su primo. Habían comenzado esta pendencia años atrás sus padres, hermanos entre sí, al disputar sobre cuál valía más en la tierra.
Enfrentados los hermanos se enfrentaron sus gentes y trasmitieron la enemistad a sus hijos. Se sucedieron los enfrentamientos y era ya mucha la sangre derramada por ambas familias cuando Iñigo Ortiz de Ibargoien, a la vuelta de uno de sus frecuentes viajes a la corte, se halló obligado a pasar por Zamudio, población vecina a las tierras de su primo y enemigo, Ochoa de Butrón. 
Temeroso de que su familiar le atacara aprovechándose de las pocas gentes que le acompañaban, se acercó a casa de Fortún Sánchez de Zamudio, hombre de honor reconocido en toda la zona. Viejos aliados, contó Iñigo sus miedos a Fortún y le rogó que le escoltara hasta su casa, ya que siendo él hombre poderoso no tendría el de Butrón la osadía de atacarles si le acompañaba en el camino a su casa. No era ésta una idea muy del agrado del de Zamudio, que trataba de no enemistarse con ninguno de los dos pero, como el de Ibargoien solo le pedía que cabalgase a su lado y que una vez en su casa podría volverse llevando con él su eterna gratitud, no pudo sino aceptar, so pena de ser tenido por cobarde y mal amigo, lo que le avergonzaría –a él y a su linaje- por el resto de sus días. De manera que armó a ciento cincuenta hombre de a caballo y marchó con el de Ibargoien con la firme intención de volverse tan pronto lo dejara en campo seguro.  
Lamentablemente, una vez llegados la torre de Ibargoien, Iñigo Ortiz no consintió en dejar marchar a su protector antes de agasajarlo como merecía y le suplicó que se quedara cuando menos a comer. Fortún se negó en principio, pero Iñigo insistió diciéndole que consideraría una deshonra el que se marchara de su casa sin que le permitiera agradecerle el favor. Ante tamañas razones no pudo negarse el de Zamudio, de manera que acabaron entrando los hidalgos a la torre y sus hombres se dispersaron por los alrededores buscando matar el tiempo mientras sus señores disfrutaban de una bien merecida comida.

Entre tanto, Ochoa de Butrón, hombre soberbio y muy pagado de sí mismo, supo que el de Zamudio había llegado a tierras de su primo acompañado de un ejército armado. No podía saber la verdadera razón por la que las tropas de Zamudio se encontraban en la torre de Ibargoien, pero consideró como una ofensa personal el que alguien a quien tenía como aliado aportara gente armada a su enemigo jurado. Ofendido y furioso, organizó lo más rápido que pudo a cuanta gente tenía preparada dispuesto a exterminar a quienes consideraba le habían injuriado.
Por suerte, estaba de visita en su casa el caballero de Arzamendi, que había llegado acompañado de su mujer y un puñado de buenos escuderos, precisamente para tratar de poner paz entre los primos. Cuando el caballero vio que Ochoa disponía a sus gentes para la batalla, salió a su encuentro y le explicó que los zamudianos únicamente estaban de paso por la torre de Ibargoien. Consiguió así el de Arzamendi calmar al impetuoso hidalgo asegurándole que Fortún Sánchez no guardaba ninguna intención oculta y volvería a sus tierras tras la comida.

Mientras el de Butrón esperaba no muy convencido a que volviera la tranquilidad a sus fronteras, unos hombres de Zamudio, ociosos mientras su señor disfrutaba de las atenciones del de Ibargoien, paseaban por los alrededores cuando se toparon con una anciana que guardaba en su cabaña un saco de castañas. 
Por hambre o aburrimiento, se acercaron hasta ella y tomaron un puñado de aquellos frutos sin prestar atención a las protestas de la vieja. Para su desgracia, la mujer era sierva de los Butrón y comenzó a dar voces y tirarse de los pelos porque la robaban los de otro apellido, gritando que era una deshonra para Butrón el permitir que saquearan a sus vasallos en sus propias tierras. 
Tanto y tan fuerte chilló, que terminaron por oírla en el interior de la casa de los Ibargoien. Salieron los hidalgos al exterior para conocer la razón de tanto alboroto y se encontraron con la anciana que entre alaridos reclamaba castigo para quienes habían asaltado su casa. Antes sus quejas, trataron de calmarla con súplicas y regalos, pero solo conseguían que la mujer aumentara sus gritos exigiendo castigo para quienes le habían robado. Por el contrario, expresando las mayores muestras de duelo, marchó hacia Butrón para darle cuenta de la injuria a su señor.
Escamado al ver marchar a la vieja, Fortún Sánchez instó a su anfitrión para que terminaran con la comida lo antes posible y poder así volverse con sus hombres a Zamudio. Pero, conocedor de la arrogancia del de Butrón, también indicó a sus hombres que se apercibiesen y estuvieran dispuestos para entrar en combate en el momento menos esperado.

Por fin, la vieja había alcanzó la casa de Butrón para dar allí rienda suelta a su rabia. Ante su señor y sus gentes mostró los arañazos con los que ella misma había rasgado su cara y reclamó al mayor de los Butrón que vengase la afrenta a la que los de Zamudio habían sometido a un criado de su apellido. Ochoa, el pariente mayor de los Butrón, que ya estaba bastante escamado, ante la insinuación por parte de la vieja de que no era capaz de mantener a sus enemigos a raya, quiso salir de inmediato para dar un escarmiento a aquellos que se habían atrevido a entrar a sus tierras para afrentar su nombre vejando a uno de sus servidores, aunque fuera a el último y más infame de entre ellos. Una vez más, quienes le acompañaban consiguieron convencerle de que tampoco era para tanto la cosa y le aconsejaron que, en lugar de tomar las armas, diese a la vieja unas cuantas palabras de consuelo y un par de monedas y diera por terminado tan enojoso asunto sin más escándalos ni líos.

Ya parecía todo más tranquilo cuando Ochoa de Butrón, su hijo mayor, se acercó  a su padre para recriminarle:
- Averguenzas al caballero de Arzamendi. Quedas ante él, que ha llegado a nuestra casa esperando encontrarse con un señor, como un pobre campesino sin honra ni valor.
Su padre, amo y señor de aquellas tierras y gentes, propietario y dueño de sus vidas y haciendas, se volvió hacia el joven:
- Hijo de tu madre tenías que ser... siendo hijo de ella no podía esperarse mucho más de ti.
  Al oír estas palabras, le respondió el hijo:
- Señor, pues vayamos allí y veremos quién merece en realidad la honra en esta familia.

 Sin esperar ninguna respuesta, tomó las armas, saltó sobre su caballo y salió a enfrentarse el solo con los zamudianos. Como era lógico,  no podían dejarle ir solo a la muerte, de manera que tras él salió el resto de hombres de la casa dirigidos por su padre. Así, no tardó en llegar el ejército de Butrón a Ibargoien y en el repentino asalto consiguieron abatir a dos hombres de los de Zamudio antes de que pudieran econtrar refugio en la casa de Ibargoien. El resto se refugió tras los muros de la casa para defenderse del ataque y el de Butrón se encontró con que no tenía medios de asaltar la torre. Enfurecido y ciego de soberbia,  sin parase a evaluar sus fuerzas, comenzó a dar voces a los encerrados tratando de herir su orgullo para conseguir así que salieran a campo descubierto:

- Salid, salid los de Zamudio si de verdad sois caballero.
   
Ante semejante provocación, los sitiados no podían mantenerse en silencio, de manera que al poco salieron todos de la casa perfectamente armados. 
Salió al campo Fortún Sánchez sobre su caballo de batalla, cabalgaba a su lado Iñigo Ortiz de Ibargoien y tras ellos, el resto de sus gentes a pie. Entre los contendientes se alzaba un pequeño cerro y todos pretendían gozar de la ventaja de atacar desde lo alto, de manera que corrieron para alcanzar la cima. Los de a caballo se movían -lógicamente- más rápido que los peones, de manera que se encontraron en la campa que había sobre el altozano los cinco caballeros: Fortún Sánchez e Iñigo de Ibargoien, con los dos de Butrón -padre e hijo- acompañados por el caballero de Arzamendi. 
Cargaron unos contra los otros y en el primer encontronazo, Fortún Sanchez alcanzó con su lanza en la gorguera al señor de Butrón arrancándolo de su caballo con el cuello destrozado.  Mientras el padre caía, el hijo alcanzó a Iñigo Ortiz de Ibargoien con la lanza en la boca arrebatándole la vida con el acero de la moharra. 
Tras el primer encuentro, revolvieron los caballos para encontrarse frente a frente Fortún Sánchez de Zamudio con el primogénito de los Butrón y el de Arzamendi. Solo frente a dos enemigos, el zamudiano hizo retroceder a su caballo para colocarse de espaldas a un grueso árbol y desde esta posición se enfretó cara a cara con sus enemigos. Le atacaron ambos caballeros, pero tan reciamente se defendía el de Zamudio que nadie podía alcanzarle. Aún peleaban cuando comenzaron a llegar al alto los peones de Butrón y ni tan siquiera estos podía acercarse al feroz caballero. Pero pese a su denodada resistencia, comenzaban a agotarse sus fuerzas a Fortún  de Zamudio cuando vio acercarse al campo a su sobrino Ochoa de Sondika, un joven de veintidós años, hijo de su hermana. Al verle con una ballesta ya armada en la mano, le gritó:
- Sobrino, socórreme.

  El mozo no dudó un momento, se echó el arma a la cara y disparó sobre el caballero que le quedaba más cercano. 
El virote golpeó a Ochoa de Butrón en el momento en que alzaba el brazo para herir a Fortún de Zamudio y, atravesando el perpunte, se hundió profundamente en su costado. Sintiéndose herido de muerte, giró el caballo para galopar hasta su casa seguido por Aranzamendi. Mientras, dirimían la batalla los peones cubriendo de sangre el prado. Los de Butrón, sin capitan que los dirigiera, fueron derrotados y cayeron trece de ellos antes de poder retirarse a sus cuarteles.
Fortún Sánchez tomó el cuerpo de su amigo Iñigo Ortiz y, con el máximo respeto y hondo pesar, lo transportó sobre su caballo hasta su casa de Ibargoien. No quiso perder más tiempo y sin esperar a las exequias tornó con su gente a Zamudio. Allí, descabalgó en el patio de palacio y entregó caballo y armas a los criados. 
Se estaba despojando de la ropa ensangrentada cuando se le acercó su sobrino Ordoño. El joven, aún exaltado por la victoria, señaló el carmesí que la sangre de los enemigos muertos habían dejado sobre el perpunte de su tío y comentó:

- Aita, vichía
Queriendo decir en su vascuence:
- Padre, que hermosas joyas traes.

A lo que el veterano soldado, sabiendo las consecuencias que las muertes de ese día atraerían a su familia, le contestó:
- Sobrino, si supieras las "vichias" que hemos ganado hoy para tu linaje, no te alegrarías tanto como lo haces.
  
Tristemente, tenía razón Fortún Sánchez. La muerte de Ochoa de Butrón y su primogénito, conllevó la enemistad de los Butrón con los zamudianos. Luchas, hostilidades y muertes en un longevo enfrentamiento que duraba aún en tiempos de nuestro narrador, dos siglos más tarde.

viernes, 13 de julio de 2012

Como vestía un caballero medieval

Al hilo de una conversación con un buen amigo y apasionado de esos años lejanos a los que llamaron medioevo, trataré de exponer unos trazos gruesos sobre la ropa masculina en la baja edad media (entre los siglos XV y XVI, más o menos) y si alguien se muestra  muy interesado en el tema, podríamos ampliarlo en otros artículos.

El caballero medieval siempre vestiría bragas y camisa o bragas y camisón, que era simplemente una camisa más larga (antes de continuar, una curiosidad: los hombres que vestían a la moda usaban unas bragas diminutas y muy ceñidas, mientras el resto de los mortales se cubrían las partes pudendas con  prendas algo más holgadas y largas que podían cubrir parcialmente el muslo).
Sobre estas prendas interiores, nuestro caballero vestiría jubón y calzas (en el siglo XVI, de un tipo en calzas y jubón  se decía que estaba desnudo, lo que hoy en día lleva a errores en la interpretación de algunos pasajes en las crónicas). Por aquél tiempo era de moda llevar estas prendas tan ajustadas que se decía de algunos que, por tratar de ser modernos, vestían tan apretados que no podían ni respirar si se sentaban. 
Sobre el jubón, un caballero podía vestir sayo largo si era hombre maduro o sayo corto que dejaba a la vista las calzas si era joven o iba armado. El sayo de cabalgar disponía de unos cortes en la falda para que no resultara incómodo al montar el caballo. De un caballero vestido con bragas, camisa, jubón, calzas y sayo, se decía que iba "a cuerpo", como hoy en día decimos de quien viste pantalón y camisa.
Si deseaba algo más formal, podía sustituir el sayo (que era una prenda más o menos ceñida) por una prenda más holgada, como la ropa o el ropón. Trajes  holgados, que se ajustaban al cuerpo con el cinturón y podían estar abiertos de arriba abajo.
Sobre el sayo o la ropa podría colocarse un zamarro (prenda de más abrigo que solía estar forrada de piel de cordero)  o llevar un colorido balandrán forrado de seda y brocados.
Sobre las prendas anteriores podría vestir un paletoque (una especie de poncho compuesto por dos piezas unidas en los hombros, una sobre la espalda y otra sobre el pecho) o, si marchaba armado, una jornea (un paletoque corto que permitía asir las armas sin impedimentos).
Y todavía podría cubrir todo esto con un capuz o un tabardo o loba para salir a la calle o asistir a una recepción formal, aunque para viajar solían preferir el gabán, el manto y la capa.

No debemos olvidar que los caballeros y damas  más modernas solían imitar las costumbres foráneas, incluidas las de sus vecinos del sur, y era habitual que vistieran "al estilo morisco". Entonces sustituían el sayo por un quizote (una prenda larga y suelta de lienzo u holanda, con la delantera y los bajos labrados) y colocaban sobre éste un sayo de brocado.  Cuentan que el rey Fernando, en su encuentro con la reina Isabel en Ilora, se presentó vistiendo un jubón de demesín a pelo y un quizote de seda rasa amarillo, y encima un sayo de brocado, y unas corazas de brocado vestidas y toca y sombrero. Es decir, iba "a cuerpo" y vestido a la moda morisca.

Para cubrir la cabeza disponían de innumerables prendas: cofias, gorras, bonetes, galotas, carmeñolas... sin olvidarnos de las tocas que, a modo de turbantes, se ponían los caballeros "a la moda" para acompañar los bonetes y sombreros. 
También utilizaban diferentes calzados. Los que podríamos llamar propiamente zapatos, que solo cubrían el pie. Los de caña alta, que cubrían parte de las piernas como botas y borceguíes. Y los que no llevaban talón y se solían calzar por encima de los zapatos o los borceguíes, como eran las galochas, pantufos, alcorques y chinelas.

Solo me queda recordar que por aquellas épocas no existían las mallas ni la licra y los caballeros se empeñaban en vestir y calzar lo más ajustado posible. Imaginad lo engorroso que había de resultar vestir unas calzas de lienzo, paño o estameña y, en muchos casos, forradas con tela o cañamazo para aumentar el volumen de las piernas y darles rigidez, porque, para estar a la moda, debían presentarse sin una sola arruga y ceñidas como mallas de bailarín. Lo mismo que debían sufrir para calzarse unos borceguíes, altos hasta las rodillas, fabricados de buen cuero (por flexible que este sea). En un pasaje del libro de la cámara del príncipe don Juan, cuentan que "al tiempo que el príncipe le calzaban los borceguíes, se hincaban de rodillas, a los lados de la silla en la que su alteza estaba sentado, dos mozos de cámara para que no cayera hacia atrás por el estibar del zapatero. 




viernes, 8 de junio de 2012

¿Euskadi tierra de banderizos? La Wikipedia miente.

Un error que se repite (sospecho que en muy pocas ocasiones debido únicamente a la mala información o  la ignorancia) es el considerar al País Vasco como una tierra de banderizos,  para a renglón seguido  llegar a la conclusión de que los vascos tienen una extraña predisposición a matarse entre ellos por “ver quién más vale” o por cualquier otra tontería, mientras en el resto del mundo las gentes buscan medios pacíficos para resolver sus problemas. Se tiende a creer que los banderizos fueron exclusivos de estas tierras y las luchas de bandos solo ocurrieron aquí. Y para comprobar tan estúpido error  solo hace falta leer lo que en la Wikipedia se escribe sobre las guerras de bandos.
Quienes esto defienden parecen desconocer que en la edad media la guerra era una actividad empresarial perfectamente aceptada y asumida en la sociedad. De ella dependían poblaciones enteras y muchos nobles complementaban sus ingresos agrícolas y ganaderos con actividades militares más allá de sus tierras, tanto en propiedades cristianas como musulmanas. Por otra parte, la sociedad medieval (Toda la sociedad medieval occidental, no solo la sociedad medieval vasca) era una sociedad sustentada en el clientelismo y la familia. Por lo tanto, si aceptamos que un bando es una agrupación de linajes procedentes de un mismo tronco familiar al que se unos otros por lazos de parentesco o por intereses económicos, nos encontramos con que toda la sociedad hispana -y toda la occidental- entre los siglos XI al XVI, era una sociedad estructurada en bandos, una sociedad de banderizos.
A finales de la edad media, la pujanza de las villas y el aumento del poder de los reyes absolutistas restringieron los privilegios de los nobles, lo que exacerbó los enfrentamientos con que estos trataban de reducir el impacto de las normas reales y los fueros de las villas. Si a ello sumamos una sociedad más culta, donde comienzan a ser habituales los cronistas y bien aceptadas las crónicas (por otro lado la mayor parte de las veces escritas para agasajar y quedar bien con el rey) podemos a entender el porqué de las historias de banderizos que hoy conocemos.
¿De donde puede provenir esta falsa idea de que los bandos eran algo patrimonio de la sociedad vasca? Pues muy simple: cuando no proviene de la mala fe es simplemente una cuestión de falta de información o -peor aún- de una información parcial y sesgada. La verdad es que Vizcaya dispuso de un cronista atípico, un hidalgo aficionado a las letras que, muy a su pesar, se encontró con mucho tiempo libre. Éste, Lope García de Salazar, dejó para la posteridad una serie de escritos donde trató de reflejar la sociedad en la que vivía, su tiempo y su mundo. De los veinticinco libros de que constan sus Bienandanzas e Fortunas, los seis últimos están dedicados a contar las vicisitudes de las principales familias vizcaínas. Y de aquí deducen, los historiadores de medio pelo, los pseudo intelectuales malintencionados, los falsarios y tontos en general, que los vascos estaban todo el día matándose entre ellos por unas castañas mientras el resto de la cristiandad luchaba contra los enemigos de la cruz.

Solo haré constar unos pocos ejemplos de luchas banderizas medievales en España que -para quienes quieran comprobarlo- podrán evidenciar que las guerras de bandos fueron un fenómeno universal en el medioevo y no una particularidad de las tierras vascas. Que ni tan siquiera se dieron aquí con más virulencia que en otros lugares, sino que -simplemente- aquí hubo quien dejó constancia por escrito de los detalles particulares de estas y, como le sobraba el tiempo, se entretuvo en pasar a papel  sucesos comunes y enfrentamientos sin importancia que en realidad solo interesaban a sus protagonistas. Que ya se decía en Amadis de Gaula de los nobles hispanos que no siendo contentos con lo que Dios les dió, quieren usurpar y tomar de los más desfavorecidos.
Empezamos:
En Galicia, durante el siglo XII, los caballeros de Tui se llevaban bastante mal con los caballeros de Santiago y, además de matar a los siervos y campesinos, se robaban los unos a los otros los ganados e talaban los sembrados. Ya decía por entonces Alonso de Palencia que los gallegos eran gente hecha a la lucha sangrienta de encarnizados bandos.
En Palencia, en 1457, el asalto a la torre de Monzón por Rodrigo Enríquez siembra la ciudad de sangre e incendios. Duran siglos las disputas entre Osorios, Enríquez, el concejo y los Manrique.
En 1330, Herrera del Pisuerga sufre los desmanes y tropelías del hidalgo Fernán Núñez de Castañeda.
En 1401, los vecinos de Paredes de Nava solicitan al rey que impida que los dos bandos dominantes en el concejo se repartan entre sí los cargos. Exactamente lo mismo que ocurrió en Bilbao unos años más tarde.
En Orihuela, las familias de Rocafull, Miró, Rocamora, Masquefás, etc., vivían en casas fortificadas y dirimían sus diferencias con la fuerza de las armas colmando las tierras de viudas y huérfanos.
En 1396, los enfrentamientos entre bandos en Cocentina, obligaron a intervenir a la reina Violante para imponer la justicia.
En 1436, la ciudad de Sevilla escribía al rey que algunos sennores e poderosos de la ciudad se niegan a entregar a la justicia algunos malhechores suyos e de otros.

Y podríamos también hablar de Castros y Laras en Castilla; Benavides y Carbajales en tierras de Úbeda y Baeza; Agramonteses y Beamonteses en Navarra o Abencerrajes y Zegríes en tierras nazaríes. También más allá de los Pirineos podríamos encontrar a los Lancaster y York en tierras inglesas o los Medici y los Pazzi entre los apellidos florentinos y Güelfos y Gibelinos en los estados pontificios y la actual Alemania… ¿Alguien necesita más para aceptar que es simplemente mentira el que las guerras de bandos fueran algo particular de las tierras vascas?

martes, 5 de junio de 2012

Qué comían los caballeros medievales (y algunas recetas de su época).

No repetiré aquí los diferentes productos que comían los hidalgos y caballeros -ya indicados en el anterior artículo- sino que trataré de abrir una pequeña rendija en el tiempo a través de la cual pudiera el lector entender cómo comían nuestros antepasados.

Antes de comenzar, una curiosidad: la expresión poner la mesa que aún se usa en nuestros días, proviene de la edad media, cuando la comida se servía en la habitación principal de la casa que debía de estar utilizable para los diferentes menesteres a los que estaba destinada. Al llegar la hora del condumio, se colocaban unos caballetes en el centro y sobre ellos una o varias tablas sobre las que se servían las viandas y que se recogían una vez terminada la comida. De ahí viene eso de poner y recoger la mesa
El menaje era bien sencillo: una fuente en el centro con la comida y una escudilla por comensal. Cada uno disponía de su cuchillo y una cuchara como únicos cubiertos, por que se comía con las manos,. Pero no a dos manos y grandes bocados como aparecen el las películas de Hollywood, sino únicamente con los tres primeros dedos de la mano derecha.  
En las mesas de los ricos se lavaban las manos antes de la comida en la misma mesa  con un aguamanil que portaban los criados, se bendecían los alimentos y comenzaba el banquete. Al terminar, volvían los  criados con  las jofainas y paños para limpiarse manos y boca. Durante la comida, si eran pudientes, se limpiaban las manos  en la parte de mantel que tenían frente a sí. 
En la mesa de los pobres no existían ni aguamaniles ni manteles, de manera que para esos menesteres habían de servirles sus propias ropas.

Pasando a la comida, como ya comentamos, los alimentos básicos en el medioevo fueron el pan y el vino, que era considerado también un alimento más.  Pan de trigo para los nobles y pudientes, de centeno para el resto, cuando no de cebada, mijo, arroz, bellotas, habas, guisantes o hayucos. Imaginad el pan que podían sacar de estos ingredientes cuando las únicas harinas realmente panificables, tal y como entendemos hoy el pan, son las de trigo y centeno.
La harina (de cualquier grano seco) se hervía o cocía mezclada con agua, leche de almendras (quien la tuviera), unto o sebo  y se comía en papilla, como gachas o en algo parecido al cus-cus.
Receta de gachas:
Se cuece cualquiera de las harinas mencionadas antes con agua. Si se dispone de él, se puede sustituir el agua por un caldo de carne, verduras, o cualquier otro líquido (menos leche, que se consideraba con exceso de humedad y perjudicial para la salud), incluyendo el vino. 
Esta es la receta básica. Ahora podemos engordarla añadiendo al puchero algo de unto o  ilustrarla con unos trozos pequeños de tocino o carne. Si la comemos sola podemos endulzarla con miel (azucar, si somos gentes de posibles) o añadirle tomillo u orégano y una pizca de sal si es de nuestro gusto.

Respecto a los alimentos líquidos, era el vino el más valorado, aunque en las zonas pobres del norte también se consideraba alimento básico la sidra. El vino se consumía normalmente aromatizado con especias (clavo, canela, etc.), miel o resinas y en muchos casos tras hervirlo con ellas. La otra gran bebida  medieval fue el hidromiel, elaborado con agua y miel aromatizadas con canela, clavo y otras hierbas y  fermentado para conseguir un cierto grado alcohólico.
Receta de hipocrás:
Tres partes de vino, una de agua, varios clavos de olor, canela, jengibre rallado y abundante miel. Se hierve solo un momento y se deja reposar unos minutos, se cuela y listo para beber.
Receta de sopa de vino:
Los dos alimentos básicos también se consumían juntos, se hervía el vino con pan seco y se añadía al guiso miel o leche cuajada. No sé si sería agradable al paladar, pero energético si que debía serlo.

En las comidas de los ricos nunca faltaba carne, tanto de caza como de animales domésticos y se comían de la vaca y el cerdo desde su grasa y sus pezuñas hasta el tuétano de sus huesos. Se hacían embutidos con su carne y se asaba, cocía o freía cada una de sus partes.
Receta de cerdo asado:
Se vacía el cerdo de sus vísceras, se pican bien todas ellas desde el corazón al hígado (riñones y pulmones incluidos) desechándo únicamente los intestinos. Se mecla este picadillo con huevos, queso viejo, sal, comino, ajos y cebollas. Se rellena el animal, se unta bien en manteca y se mete al horno hasta que quede la piel bien crujiente.

Como hemos comentado también abundaban los pescados, tanto secos –ahumados y salados- como frescos.
Receta de guisado de congrio:
Se cuece el congrio con algo de sal y un chorrito de vinagre, aparte se majan almendras y piñones y se mezclan con pan seco y ajo. Se deslíe el majado con una cucharada de vinagre y algo del caldo de la cocción y se le añade menta, clavo y pimienta. Se cuece bien la salsa y se vierte sobre el congrio cocido.

Las verduras (comida de pobres) se comían normalmente cocidas y solo quienes disponían de algún dinero se permitían incorporar al caldo sebo, caracoles, anguilas o cualquier otro ingrediente que pudiera añadir algo de sustancia a la sopa.
Receta de col:
Se cuecen las coles troceadas junto a unas cebollas y puerros. Cuando está ya cocida, se le añade mantequilla o manteca, se aromatiza con hierbas (al gusto de cada cual) y a la escudilla.

¡Buen apetito!

jueves, 24 de mayo de 2012

Que comían los banderizos


Obviamente -como sucede también hoy en día- no comían lo mismo las gentes del pueblo que los hidalgos y caballeros medievales. Es cierto que la alimentación de ambos se basaba principalmente en los productos que la propia tierra podía suministrar –incluyendo algunos que hoy nos pueden resultar chocantes- pero los más pudientes se hacían traer viandas y especias desde los más lejanos confines del globo.
La jornada laboral era de sol a sol y a ella se ajustaban los ciclos de la vida. y, por lo tanto, también la alimentación de los siervos, esclavos y collazos. Un bocado de pan (para el pueblo casi nunca de trigo, sino de otros cereales más asequibles) acompañado de cebolla al levantarse, otro bocado a los mismos manjares a media jornada y la comida propiamente dicha al volver a casa: un caldo de verdura engordado en el mejor de los casos por las diferentes harinas que más adelante apuntaremos, donde el único aporte animal era, cuando se disponía de él, un pedazo de unto.
Pero esto no ocurría en las casas de los señores que, enriquecidos por el hierro, el comercio o la guerra, disponían de buenos dineros para adquirir todo tipo de manjares y alimentarse de manera más abundante y repetida.
Todos comían pan y gachas, elaborados ambos con trigo (poco en Vizcaya, donde era escaso y caro), cebada, centeno y mijo. También se elaboraba harina de la bellota, la castaña y las habas para luego hacer tortas y pasteles o añadirla a las sopas y cocidos.
En Vizcaya, tierra marinera, era habitual encontrar en los mercados una gran variedad de pescados de sus costas. Existen referencias de la venta de merluza, atún, congrio, mero, lijas, bacalao, sardinas y arenques (que se traían de Flandes, Irlanda y Galicia), además de ostras, salmón (importado en muchos casos), aunque también se consumían pescados de aguas dulces o salobres como trucha, carpa, anguila o lamprea.
Muchos de estos pescados se consumían tanto en fresco como secos, ahumados o conservados en sal o miel.
Lógicamente, cualquier animal que se moviera sobre la tierra era también un alimento potencial, aunque alguno de ellos nos choque hoy. Se cazaban para comer -y se comercializaba su carne- tanto las perdices como chimbos, codornices, patos, gaviotas, palomas y casi cualquier bicho que tuviera plumas, incluyendo las garzas, cisnes, cigüeñas y grullas. Lo mismo les ocurría a los que corrían la tierra. Conejo, liebre, corzo, ciervo, jabalí, erizo o ardilla… todo lo que se podía cazar era comida.
Otra fuente importante de alimentos la suministraba el bosque y la campiña. Todo tipo de bayas y frutas, tanto silvestres como cultivadas eran alimentos preciados en la edad media. Se disfrutaba de las bellotas con el mismo placer que las castañas, las nueces, los piñones, las avellanas, e incluso los hayucos, que eran consumidos con placer tanto en fruto como en harina. También se comían higos pasos, dátiles y pasas.
La huerta era la otra base de la alimentación medieval (aunque no contaban con los productos que luego aportarían a nuestros campos las tierras americanas, como los pimientos o la patata) y se cultivaban y vendían habas, lentejas, arvejas, calabazas, nabos, cebollas, coles,  ajos y toda la variedad  de productos que las huertas suministraban. 
La caza era privilegio de los señores que comían en abundancia jabalí, gamos y palomas, pero los campesinos y esclavos no solían disponer de más carne en su olla que la que podían cazar a escondidas o la de sus animales de granja cuando morían de enfermedad o vejez, de manera que su alimento animal más habitual era el unto (manteca), junto a la mantequilla y el queso. Pero no faltaban en la mesa del caballero medieval la gallina y el capón, el cerdo, la cabra, buey y carnero, cualquier animal a su alcance era comida apreciada, menos los equinos (caballo, burro y mula, demasiados valiosos como para comérselos) y el perro, que era considerado animal impuro.

En una época donde no existían los frigoríficos, eran muy apreciadas las especias que ocultaban el olor y el sabor demasiado fuertes de algunos alimentos. Trataban de cubrir esta demanda las potentes flotas de las especias que desembarcaban en Flandes y Portugal especias de los más exóticos orígenes.  Desde estos puertos se importaba pimienta, canela, nuez moscada y jengibre que se encontraban en el mostrador del especiero junto al azafrán, el anís, el ajo y el comino, sin que faltaran en los mercados la miel, la sal o el azúcar valenciano, traído de la refinería real de Gandía.
Para terminar este artículo, recordar que las bebidas más habituales eran el vino y la sidra, aunque algunos sibaritas, copiando costumbres moriscas, gustaban de beber en verano nieve aromatizada con zumos de frutas. Para ello se guardaba la nieve invernal en las neveras de montaña, donde podía conservarse hasta bien entrado el estío para deleite de caballeros y princesas refinadas.


viernes, 27 de abril de 2012

Anécdotas Banderizas. La sal de Ibargoen

Vamos a comenzar una serie de anécdotas que espero sirvan para ilustrar el mundo en el que se desenvolvían aquellos hidalgos banderizos. Una forma de vida dura y violenta en la que la propia supervivencia estaba estrechamente ligada al honor y  la familia, donde nadie podía confiar en nadie y en la que cada día deparaba nuevos enfrentamientos. Una sociedad que, aunque a algunos les disguste aceptarlo, no era diferente -salvo las lógicas variaciones locales- en sus formas y valores a la que regía en el resto de Hispania y, por extensión, prácticamente idéntica al del resto del mundo occidental.
Sin más preámbulos comenzamos con La sal de Ibargoen:

Las familias de Zaldibar e Ibargoen habían estado enfrentadas desde siempre. Durante más de un siglo, los integrantes de ambas familias se habían ido matando unos a otros, sin que nadie pudiera poner fin a esta matanza. Al fin un día, en el año de nuestro señor de 1330, tras largo tiempo de disputas y muertes, pareció que se habían cansado de acuchillarse unos a otros y se ofrecieron -y aceptaron- treguas entre los dos apellidos. Al poco, como demostración de buena voluntad, los escuderos de Ibargoen invitaron a comer en la torre de su linaje a Juan Ruiz de Zaldibar, heredero de su apellido, y este aceptó la invitación feliz de que se hubiera alcanzado la paz entre las dos familias. En todo caso, confiado, pero no demasiado, acudió al convite escoltado por 15 de sus hombres. Sin excesivas precauciones, se sentaron todos a la mesa y comenzó el festín. Ya bien bebidos, llegó el asado. El de Zaldibar le hincó el diente y pareciéndole que se encontraba muy soso pidió en voz alta que le sirvieran sal. Al oír su petición, surgieron de una cámara contigua 50 hombres armados de los Ibargoen que permanecían allí escondidos.
 Los Zaldibar eran solo 15 y no esperan tal encerrona. No pudieron hacer nada por defenderse y los de Ibargoen pasaron a cuchillo al nombrado Juan Ruiz de Zaldibar y a cuantos le acompañaban.
Así, desde entonces, quedó por refrán que quando alguno pide sal, que dizen "no sea de la de Ibargoen".
 

Nota: La imagen que ilustra este artículo, la torre de Ibarguen, ha sido extraida de la web del ayuntamiento de Gordexola, www.gordexola.net

viernes, 2 de marzo de 2012

La batalla de Elorrio. Según el cronista Lope García de Salazar, banderizo.

En el año del señor de 1468, hubo mucha guerra y contienda en tierras de Durango entre los de Zaldíbar y los de Durango…
Así comienza la narración que de la batalla de Elorrio hizo nuestro bien amado Lope García de Salazar.
A lo que parece, Pedro Ruiz de Ibarra, que vivía cerca de Elorrio, aliado y cliente hasta ese momento de los de Durango, decidió cambiar de Mayor y pasar al bando de los de Zaldíbar por razones que no vienen a cuento. Esto desequilibró las fuerzas existentes hasta entonces en la zona y provocó nuevos y más virulentos enfrentamientos entre los linajes que se disputaban en control de este valle, estratégico paso a tierras guipuzcoanas y la joven y amurallada villa de Elorrio.
Tras muchos duelos y provocaciones por ambas partes, pidieron ayuda los de Zaldibar a su mayor, Juan Alonso de Múxica ante lo que los vecinos de Elorrio solicitaron el apoyo de Pero de Avendaño. El señor de Avendaño contestó enviando un ejército de 150 hombres de a caballo suministrados por Juan de Bribiesca, Sancho y Luis de Velasco y los condes de Salinas y Haro. Les acompañaba Juan de Avendaño, hijo de Pero y se aposentaron en la villa de Elorrio mientras su padre se instalaba en la vecina Durango, sus tierras vasallas. Se juntaban así en Elorrio 1200 hombres de los de Avendaño sin contar los 150 de a caballo aportados por los castellanos, más diferentes piezas de artillería propiedad del de Avendaño. Respaldado por semejante fuerza, colocó sus lombardas frente a la casa del de Ibarra la atacó sin que sus defensores, unos 150 hombres de los de Ibarra y Zaldibar, allí encerrados, pudieran hacer otra cosa sino sufrir el bombardeo tratando de evitar que la tomaran antes de que les vinieran refuerzos.
El auxilio no tardaría en llegar. Juan Alonso de Múxica no podía permitir que agredieran a sus clientes y servidores sin ofrecer respuesta adecuada, de manera que envió en su socorro a Juan de Laiba, su primo, con 60 caballeros a los que acompañaban 300 mercenarios contratados a sueldo a su señor el marqués de Santillana. (Aquí, se muestra ofendido el narrador explicando que fueron estos los primeros caballeros ajenos al señorío que entraron a tierras de Vizcaya desde que existiera memoria, lo que sucedió para desgracia de esta tierra como luego cuenta)
El caso es que estando el de Ibarra en semejante aprieto, Llegó el de Muxica con todos sus parientes de Butrón y Múxica, junto a la totalidad de los escuderos de Arteaga. Pese a las recomendaciones y maldiciones de su padre, les acompañaban los hijos de Lope García de Salazar y Juan de Salazar Vorte, tío suyo, con 300 hombres escogidos de su solar. Se reunieron así un total de 4.000 hombre fuertemente armados y 80 caballeros, 10 de ellos aportados por los de Zárate que marcharon en derechura hasta la villa a la que atacaron con fiereza respaldados por la formidable bombarda de Santander (mucho buena y grande, en palabras de Lope) que hasta allí llevó el de Múxica sin hacer caso a la peticiones de clemencia que les hizo el corregidor Juan García de Santo Domingo y por tres veces atacaron las puertas y otras tantas fueron rechazados por las salidas de los sitiados.
En esta situación se encontraban cuando los hijos de Lope García de Salazar ,con 600 hombres de los de Butrón, comenzaron a levantar sus reales y asentar las bombardas que traían para hostigar las murallas de la villa. No se sabe si por traición, por un error de apreciación, o por decisión divina, cuantos hombres se encontraban tras las líneas de los de Salazar arrojaron sus paveses al suelo y comenzaron una retirada a la carrera sin que nadie les atacara.
Al ver la huida del cuerpo central del enemigo, quienes se guarecían en el interior de la villa salieron en masa, a caballo y a pie, para dar contra quienes instalaban el campamento y montaban las bombardas que seguían con sus labores ignorantes de la desbandada del grueso de su ejército. Todos hombres fieros y acostumbrados a la guerra, recibieron a sus enemigo a pie firme, pero nada pudieran hacer contra la masa enemiga. Murieron allí, en el primer choque, empuñando sus armas, Gonzalo de Salazar, Ochoa Abad y Fortún Gómez , Juan y Ochoa de Butrón.
Cuando Gonzalo de Salazar, hijo del cronista, se vio herido en la cara por una lanza y rodeado de enemigos, golpeó con su espada en el cuello al caballo de Juan de Avendaño decapitándolo de un solo golpe. Se acercó entonces al jinete derribado y, alzándole la cabeza cubierta por el yelmo, le dio tal golpe sobre la visera que lo mató en el acto. Fue su último acto antes de caer él mismo a tierra por los golpes en la cabeza y las piernas que le dieron los acompañantes del de Avendaño hasta matarlo.
Tras la batalla, fueron hechos prisioneros Juan de Salazar, al que no pudieron reducir antes de sufrir siete graves heridas y Ochoa de Salazar, hijos ambos del cronista. A este Ochoa lo mataron a la puerta de la villa dos hombres por mandato explícito de Juan de Avendaño.
Quienes no murieron en el primer ataque, debieron de huir cuesta arriba, equipados con todas sus armas e impedimentas. Y debió aquél ser un día caluroso o la persecución bien enconada, por que nos cuenta Lope como, tras el primer ataque, murió asfixiado Fernando de Salazar, que huía herido como otros muchos que fueron cayendo muertos del esfuerzo o en manos de los de Elorrio que los perseguían rematando a los hombres que encontraban extenuados para desnudarlos luego de todas sus pertenencias hasta dejarlos en paños menores. La batalla terminó con el asalto a la casa de Ibarra, su toma y posterior saqueo de armas enseres y bombardas.
Según el cronista, en la batalla de Elorrio murieron, junto a sus tres hijos, varios miles de hombres de los solares de Salazar, Butrón y Múxica.

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476

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Bilbao en el siglo XV

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Así se supone que podía ser Bilbao a finales de la Edad Media

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)

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La casa, origen del linaje, razón de ser de los bandos

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416

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Armas de lujo para los privilegiados de la tierra

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